viernes, 9 de enero de 2015

Encuentros I

Se me cae la cara de vergüenza ante esa pequeña niña imaginaria que está parada junto a mi cama, no tengo el valor para decirle que jamás podré protegerla de sí misma, ella decidió, ella decide y seguirá decidiendo sobre su vida. Me eligió para compartir su vida y me expulsó para abandonarla de tajo. Todavía no termino de aceptar esa pérdida.

El dolor llegó meses después, cuando yo pensaba que estaba totalmente curado, repuesto y listo para tener una nueva relación. La soñaba, la sigo soñando. Me reclama nuevamente el no estar con ella, el no haberla protegido, el arrojarla a los brazos de cien amantes al jamás demostrar celos, me pregunta en esos sueños-pesadillas si sigo teniendo atole en las venas y por qué diablos la abandoné.

Despierto para enfrentarme a su ausencia, para volver a ver la mitad de mi cama vacía y el hueco que dejan todos los reclamos imaginados y el recuerdo de los reclamos auténticos. A veces percibo su perfume y me he visto tentado a buscarla nuevamente, pero me pregunto ¿Para qué hacerlo si ya no tengo la intención de regresar con ella? Porque sé que a pesar de todo lo vivido, mi ausencia en su vida es menos dolorosa que volver a estar juntos.

Porque al volver a estar juntos ella se confrontaría con sus errores, porque ambos seríamos deshonestamente cuidadosos con las palabras, con las caricias y con los besos, porque sabemos que pudimos vivir cada uno sin el otro, pero sobretodo porque se acabaría el autoflagelo, se agotaría la justificación del dolor, el presentarse cada uno por su lado como “El buenito/a” como la víctima como “El pobrecito/a”.

Ni siquiera cuando estábamos juntos tuve la intención de hacer un plan de vida juntos, yo me dedicaba solamente a vivir el día a día, a disfrutar de su compañía, a amarla, escucharla, hacerla enojar y contentarla, alimentarla, procurarla y consentirla. Yo pensé que estábamos bien, que sus sonrisas eran sinceras, que sus orgasmos yo me los ganaba y que ella no podía dejar de compartirlos conmigo. La llamé mi mujer y a punto estuve de retractarme, pero lo sentía, aún no me reprimía, no en lo afectivo ¿Y cuándo ella me consideró su hombre?

No comprendo ese ímpetu primario de pertenecer y de apropiarnos de las cosas, de las personas. Deseos que se comparten en la cama pero que en la calle se vuelven tristes remedos de películas rosas, demostrar con celos el amor que le tienes a tu pareja o el reclamo porque al no celar simplemente siente que no le importas. Nos ha dañado el suponer, el no hablar.

Me cuidó un resfriado, me regaló un abrigo, boxers, playeras, dos pantalones y par de masajes, me consintió también, cocinándome la cena en seis ocasiones, pero no me permití entregarme por completo, simplemente me aterró el volver a ser embestido por mis propios cuernos, por mis propios demonios, muchas veces al aceptar perderlo todo ya nada te preocupa. No deseaba vivir preocupado y por eso me volví distante a ella.

Me dejo llevar por la practicidad, por lo inmediato, jamás me preparé para volver a verla. Sigue siendo ella, se ve hermosa, más delgada, con el cabello lacio y corto. Intuyo que no está feliz y eso me entristece y me alegra al mismo tiempo, supongo que el motivo de su tristeza es mi ausencia y su falta de felicidad es porque esa felicidad en su vida era yo. Obviamente me equivoco, me equivoco tanto como cuando estábamos juntos, volví a suponer.

Ella me ve de reojo, de inmediato me reconoce y la palidez de su semblante me asusta. Volteó su rostro y se inclina hacia el frente, exhala un humo blanco, su mano sostiene un cigarro recién encendido; yo tampoco sonrío, deseo correr y abrazarla, pedirle perdón por todo lo que jamás hice; a unos pasos de distancia arroja su cigarro y atraviesa frente a mi para entrar de prisa a un restaurante; continúo mi camino, ambos nos vimos, ambos nos ignoramos y ambos comprendemos que seguiremos estando solos, hasta que lo decidamos, hasta que dejemos de lamer las heridas y los recuerdos, hasta que nos demos la oportunidad de compartirnos con alguien más.


Llego a mi casa al otro extremo de la ciudad, tierra de por medio, la niña imaginaria me espera paradita junto a mi cama, me pide que la cargue, que la proteja, que la defienda de los malos, ella sigue ahí y no comprendo por qué me sigue esperando cada noche, sigo sin atreverme a decirle que ella misma en su adultez me sacó de su vida. Pienso que si rescato a esa niña imaginaria salvaré a su ser adulto, pero no será así.

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