Se me cae la cara de vergüenza
ante esa pequeña niña imaginaria que está parada junto a mi cama, no tengo el
valor para decirle que jamás podré protegerla de sí misma, ella decidió, ella
decide y seguirá decidiendo sobre su vida. Me eligió para compartir su vida y
me expulsó para abandonarla de tajo. Todavía no termino de aceptar esa
pérdida.
El dolor llegó meses después,
cuando yo pensaba que estaba totalmente curado, repuesto y listo para tener una
nueva relación. La soñaba, la sigo soñando. Me reclama nuevamente el no estar
con ella, el no haberla protegido, el arrojarla a los brazos de cien amantes al
jamás demostrar celos, me pregunta en esos sueños-pesadillas si sigo teniendo
atole en las venas y por qué diablos la abandoné.
Despierto para enfrentarme a su
ausencia, para volver a ver la mitad de mi cama vacía y el hueco que dejan
todos los reclamos imaginados y el recuerdo de los reclamos auténticos. A veces
percibo su perfume y me he visto tentado a buscarla nuevamente, pero me
pregunto ¿Para qué hacerlo si ya no tengo la intención de regresar con ella?
Porque sé que a pesar de todo lo vivido, mi ausencia en su vida es menos
dolorosa que volver a estar juntos.
Porque al volver a estar juntos
ella se confrontaría con sus errores, porque ambos seríamos deshonestamente
cuidadosos con las palabras, con las caricias y con los besos, porque sabemos
que pudimos vivir cada uno sin el otro, pero sobretodo porque se acabaría el
autoflagelo, se agotaría la justificación del dolor, el presentarse cada uno
por su lado como “El buenito/a” como la víctima como “El pobrecito/a”.
Ni siquiera cuando estábamos
juntos tuve la intención de hacer un plan de vida juntos, yo me dedicaba
solamente a vivir el día a día, a disfrutar de su compañía, a amarla,
escucharla, hacerla enojar y contentarla, alimentarla, procurarla y
consentirla. Yo pensé que estábamos bien, que sus sonrisas eran sinceras, que
sus orgasmos yo me los ganaba y que ella no podía dejar de compartirlos
conmigo. La llamé mi mujer y a punto estuve de retractarme, pero lo sentía, aún
no me reprimía, no en lo afectivo ¿Y cuándo ella me consideró su hombre?
No comprendo ese ímpetu primario
de pertenecer y de apropiarnos de las cosas, de las personas. Deseos que se
comparten en la cama pero que en la calle se vuelven tristes remedos de
películas rosas, demostrar con celos el amor que le tienes a tu pareja o el
reclamo porque al no celar simplemente siente que no le importas. Nos ha dañado
el suponer, el no hablar.
Me cuidó un resfriado, me regaló
un abrigo, boxers, playeras, dos pantalones y par de masajes, me consintió
también, cocinándome la cena en seis ocasiones, pero no me permití entregarme
por completo, simplemente me aterró el volver a ser embestido por mis propios
cuernos, por mis propios demonios, muchas veces al aceptar perderlo todo ya
nada te preocupa. No deseaba vivir preocupado y por eso me volví distante a
ella.
Me dejo llevar por la
practicidad, por lo inmediato, jamás me preparé para volver a verla. Sigue
siendo ella, se ve hermosa, más delgada, con el cabello lacio y corto. Intuyo que
no está feliz y eso me entristece y me alegra al mismo tiempo, supongo que el
motivo de su tristeza es mi ausencia y su falta de felicidad es porque esa
felicidad en su vida era yo. Obviamente me equivoco, me equivoco tanto como
cuando estábamos juntos, volví a suponer.
Ella me ve de reojo, de inmediato
me reconoce y la palidez de su semblante me asusta. Volteó su rostro y se inclina
hacia el frente, exhala un humo blanco, su mano sostiene un cigarro recién
encendido; yo tampoco sonrío, deseo correr y abrazarla, pedirle perdón por todo
lo que jamás hice; a unos pasos de distancia arroja su cigarro y atraviesa
frente a mi para entrar de prisa a un restaurante; continúo mi camino, ambos
nos vimos, ambos nos ignoramos y ambos comprendemos que seguiremos estando
solos, hasta que lo decidamos, hasta que dejemos de lamer las heridas y los
recuerdos, hasta que nos demos la oportunidad de compartirnos con alguien más.
Llego a mi casa al otro
extremo de la ciudad, tierra de por medio, la niña imaginaria me espera paradita
junto a mi cama, me pide que la cargue, que la proteja, que la defienda de los malos,
ella sigue ahí y no comprendo por qué me sigue esperando cada noche, sigo sin
atreverme a decirle que ella misma en su adultez me sacó de su vida. Pienso que
si rescato a esa niña imaginaria salvaré a su ser adulto, pero no será así.
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