martes, 30 de junio de 2009

Siete pisos III (basado en la canción "7 pisos" de Presuntos Implicados)

Para Yosune, el dejar África, fue solamente el inicio de una romántica y triste aventura con final feliz.
Conoció a Luis durante las fiestas de la Virgen de la Victoria. Lo recuerda aún guapo, con uniforme de gala y los galones de Teniente deslumbrándola a ella y a la mayoría de las jovencitas. Luis era gallardo y amable, de barba cerrada y afeitada en azul, los ojos color de miel. Después de ese breve encuentro, lo volvió a ver algunos días después, en la celebración del día de Melilla; Yosune, haciendo un gran esfuerzo correspondió la sonrisa y el saludo del Teniente, quien fue objeto de sanas bromas por parte de sus subordinados quienes se percataron del coqueteo. A partir de ese día no dejó de pensar un solo segundo en él.
Poco después de las navidades; al morir su abuelo, el padre de Yosune decidió mudarse nuevamente de Melilla a Beni-Ensar y hacerse cargo de los negocios pendientes. La vida en el Reino era muy distinta, solamente unos kilómetros de distancia y el mundo cambiaba completamente. Ella continuaba en sus clases en el Liceo y esperaban el final del curso para quedarse definitivamente a Beni-Ensar.
Un día como otro cualquiera, comenzó a nevar; Yosune salía del Liceo acompañada de sus amigas, extrañadas y contentas por la nieve, comenzaron a jugar, los gritos y la alegría invadía a todos. Yosune sintió una mirada, se sintió boba jugando con la nieve y vestida con su uniforme de colegiala, sabía que al voltear encontraría los ojos color de miel de Luis, era la primera vez que lo veía de paisano, guapo también, y con la barba crecida, se acercaron el uno al otro y él la invito a tomar thé, platicaron y se presentaron; supieron sus nombres, las miradas decían más que las palabras, Yosune comenzó a sentir un calor enorme en su pecho, a cada palabra de Luis, lo escuchaba atontada, las frases llegaban cortadas y solamente escuchaba la voz grave y dulce. "apenas llegué y ya me quieren de regreso", "El 52 de Regulares está guay, pero el ir a la Inspección General me representa más futuro", "Esta es la tercera vez que os miro Yosune, y ya deseo que os quedeis conmigo el resto de mi vida", "No me iré antes del verano, quisiera que sigamos quedando". Yosune no podía creer lo que escuchaba. A partir de ese día Luis pasaba a recogerla todos los días al Liceo, iban a comer y la llevaba a su hogar en Beni-Ensar, el padre de Yosune platicaba largas horas con el joven Teniente, como buen comerciante, tenía una charla amena y veía en Luis al hijo varón que jamás tuvo. Creció el cariño y la confianza y en alguna ocasión le comentó de la finada madre de Yosune; que también era de la península, pero que había nacido en el País Vasco. Los meses pasaron veloces, las órdenes de Luis llegaron finalmente para que se incorporara de inmediato a la Inspección General del Ejército en Barcelona, y la despedida era inminente. La tristeza de ambos opacaba las sonrisas y las miradas, esa tarde no fueron a comer, tomaron un desvío y llegaron hasta el faro, las lágrimas se mezclaban con los besos, y en un arrebato tan necesario y tanto tiempo reprimido, hicieron el amor dentro del auto.
Yosune se dejó guiar, hizo de su cuerpo uno con el de Luis, entrega, sangre, sudor; el sonido del mar reventando en el risco.
El regreso a Beni-Ensar fue silencioso, Luis se marcharía dos días más tarde. Antes de ese último beso, Yosune le prometió ir a buscarlo, Luis sonrió y a su vez él prometió regresar el 27 de enero del año siguiente y pedir su mano para casarse, ese día precisamente fue cuando nevó y quedaron por vez primera. Yosune volvió a llorar de la emoción.
(continuará...)

viernes, 5 de junio de 2009

Acuarela de Barcelona (intermedio a 7 pisos)

El hermoso y joven cuerpo yacía sobre la cama deshecha. Las manos siempre ligeramente manchadas, reposaban delicadamente sobre su pecho. La carrer dels Escudelleres con su cercano tráfico de peatones irrumpía en la tranquila mañana de ese modesto estudio, usando la ventana como tobogán.
Fernanda despertó sonriente, había soñado paisajes, nubes de insectos dorados revoloteando en las hojas de hierbasanta, nunca había soñado tanto su tierra, ni pintado tantos temas de ella como ahora que vivía del otro lado del Atlántico, cuando todo estaba lejos, cuando la vida era distinta, de acento distinto. Hoy, Fernanda era conocida y reconocida por la valía de su obra, por su sencillez, por su belleza e inteligencia. Pero no terminaba de acostumbrarse.
Una vez despierta, las más de las veces sin desayunar; toma el pincel más cercano y comienza un nuevo cuadro dictado por sus sueños, o retoca alguno ya empezado. A su mente regresaban imágenes de años atrás, rostros que pasaron desapercibidos cuando era todavía niña regresan cargados de colores morados, rojos, lilas, hombres engalanados con flores en su indumentaria, seres morenos, muy morenos, pequeños y callados. Lagunas, verdor, mangos, murciélagos y jaguares.
Pinta Fernanda. Pinta con esa pasión que se dislocó alguna noche cualquiera hace más de diez años, pinta, e ilumina con colores y agua, como cuando niña, acuarelas ahora valuadas en Euros, pinta, pues sabes que cuando desees regresar a casa; pues el terruño a veces es más fuerte entre esos ceceos de la gente, las sonrisas hipócritas de los corredores de arte y tu séquito de admiradores; simplemente pintarás una acuarela de la Sagrada Familia, del Palau San Jordi, de dragones o caballeros de armaduras de hormigón, tal vez decidas pintar edificios insectóides que en sus alas de vidrio te regresen a casa.



Para Fer.