viernes, 6 de febrero de 2015

La Estrella

Yo he sido testigo de cómo mi madre enloqueció a más de un hombre, la manera en que el amor para ella era algo que la tenía sin cuidado. Presencié sus arrebatos y la ira contenida de sus pretendientes. También vi los más grandes y hermosos ramos de flores el día de su cumpleaños, el día de las madres y en San Valentín. La casa siempre olía a flores, signo de la admiración que tenían por ella. Ella era una fuerza de la naturaleza, era culta, atractiva, con clase, hermosa y aparentemente sin corazón.

También presencié el despecho y los celos de sus enamorados, el duelo en el dintel de la casa entre dos hombres y la muerte de uno de ellos, y no fue el único muerto que cargó mi madre además de mi difunto padre; me enteré por lo que comentaban mi Nana Nita y Licha la cocinera que un Poeta enamorado de ella había decidido quitarse la vida y sus últimas palabras dedicadas a mi madre en un soneto, las había escrito con su propia sangre. Me asustaba la sangre y el pensar en ese pobre Poeta a quien vi solamente dos veces en mi vida no me dejaba dormir.

La divertían algunos detalles de sus admiradores, desde serenatas con dos grupos de mariachi hasta una extraña combinación de marimba, tríos y un grupo andino, los señores en esa ocasión lo tomaron con filosofía y se fueron turnando las canciones, mi madre divertida encendió la luz después de la sexta melodía y salió al balcón después de la novena.

Jamás supe si en realidad quiso a algún hombre en particular, sin embargo siempre tuvo compañía, hombres interesantes, jóvenes, maduros, patanes, alcohólicos, románticos, bohemios, a veces una mezcla de todo ello. Y mi madre resplandecía, era una estrella sin serlo. En su cotidianeidad de viuda, con tantos pretendientes y sin interesarse por ninguno, a veces mi Nana Nita la reprendía, pero suspiraba y sonreía al ver a mi madre sonreír, juntas se divertían al recibir cartas, libros y flores, muchas flores.

Mucho de lo que soy yo ahora lo padezco y se lo agradezco a mi madre, me hizo una mujer independiente, trabajadora y muy poco dada al romance, terminé asqueada de tantos de mis pretendientes que terminaban cortejándola y de algunos de sus “novios” que a la primera oportunidad trataban de sentarme en sus piernas y hacerme cosquillas. No puedo decir que odio a los hombres, pero sí puedo decir que me causan cierta molestia y yo les provoco una especie de extraña atracción y aversión.

Cuando comencé a trabajar en el banco no faltó el caballero, el audaz, el indiferente, el presumido y el sabelotodo, yo me dejé consentir. Me llegaron flores, chocolates, tarjetas, notas, invitaciones a comer, a cenar y a bailar, salir a tomar una copa e incluso fines de semana en Cocoyoc. Acepté todo excepto los fines de semana. En unas cuantas semanas me había convertido en ama de una recua de mulos al pendiente de mis caprichos y deseos y todo con el arma más poderosa que me obsequió mi madre “la promesa”.

“El prometer no empobrece” decía Ella con su voz dulce mientras se encontraba frente a su espejo, maquillándose los ojos, retocando sus pestañas, colocando un poco de rubor. Siempre deseé ser como ella, imponente, brillante. Hoy lo soy, aunque no soy ni la mitad de hermosa que ella, pero sí el doble de cuerpo, aunque he descubierto el poder que tiene un escote de buen gusto y cómo se estiliza la figura y la forma de las nalgas al usar tacones.

Cuando a los 18 años empecé a subir de peso, mi madre me dijo que ningún hombre se fijaría en mi, que una mujer puede perderlo todo menos la cintura; fue la primera vez que la contrarié y le prometí que sería como ella sin dejar de ser yo y afortunadamente mis encantos comenzaron a crecer y la bendita cintura que mi madre me legó se mantuvo como un desafío a sus palabras. No la culpo, en esta época en que las modelos parecen cautivas de los campos de concentración el ideal de belleza que nosotras mismas las mujeres nos imponemos nos ha llegado a enloquecer, siendo que la mayoría de los hombres, aunque no lo admitan abiertamente, prefieren a una mujer curvilínea.

De eso me di cuenta casi de inmediato en el bachillerato. Mis compañeras temerosas de subir de peso dejaban de comer, estaban siempre irascibles, en cambio yo, disfrutaba de lo que Licha me mandaba sin tener que compartirlo con nadie. Y siempre tuve novio, incluso tuve a los novios de mis amigas quienes en la noche llegaban a mi casa a “estudiar”, merendaban con nosotras y cuando mi madre subía a su pieza, me contaban sus tímidos deseos de saber más de lo que yo sabía sobre relaciones románticas, me contaban sus cuitas, los aconsejaba y siempre regresaban.

Por eso nunca estuve sola, siempre me acompañaban mis dos o tres guardaespaldas como me decían mis amigas, siempre tenían detalles conmigo e incluso más de uno terminó enamorándose de mi, pero yo no siempre quería tener novio, ni amigos cariñosos, fui una boba; ahora disfruto de sus atenciones y aunque siempre prometo sin tener la menor intención de cumplir, a veces me dejo consentir un poco más.

Siempre he tratado de olvidar las tristezas de la vida, la crueldad de algunas envidiosas compañeras, evito caer en el juego de los medicamentos que reducen el peso. Yo soy así, y así me veo perfecta, así me quiero y me quieren, me disfruto al verme desnuda, al vestirme para mi, para los hombres o para las demás mujeres, porque me siento feliz, porque no me he enamorado, porque entendí que si dejas de ser quien eres dejas de brillar y yo soy una Estrella porque yo así lo decidí, porque nadie me tiene que decir qué comer, qué decir, qué usar, qué sentir.

Descubrí muy temprano en mi vida que estamos completamente solos, mi madre rodeada de hombres y sola, Licha la cocinera con nosotras pero sola, mi Nana Nita y sola, pero ellas padecían esa soledad, yo he aprendido a amarla, tanto como a mi misma, me divierto sola, me disfruto sola, me regaño y me premio sola y así sola he decidido que a veces es necesario encontrar una soledad afín a la mía y a veces sucede que surge una comunión al tocar una mano grande, áspera y protectora y ya no te preocupa esa soledad.

En otras ocasiones sucede que agradeces esa soledad, cuando no es necesario depilarte las piernas, cuando no te tienes que vestir o desvestir, cuando te bañas sin que te tapen el chorro de agua caliente, cuando te comes el último bocado. Disfruto la compañía, pero disfruto aún más esa soledad que mi madre me enseñó sin palabras, cuando dormía a pierna suelta y se despertaba a las once de la mañana sola, la sonrisa de quien ha aceptado su destino y que tiene el poder de cambiarlo si así le apetece, porque a nadie le permitió violar esa soledad porque era después de su propia vida lo único que tenía y he descubierto que es lo que más tenemos en común.

Es sencillo brillar cuando te amas, cuando mereces regalos, atenciones, caricias, regaños y consuelos y que mejor que esperarlos de ti misma y cuando lleguen de alguien más, simplemente aceptarlos agradecida, sonreír y prometer una nueva cita, aunque pienses en no cumplir esa promesa o tal vez sí, todo en nombre de la verdadera libertad, no aquella enorme libertad que te permite hacerlo todo, más bien esa pequeña libertad que te permite siempre exigir respeto.