domingo, 25 de noviembre de 2007

Relámpagos amatorios VI

Vibraba aún ese maravilloso beso, abrí los ojos, me separé un poco más de ti; miré en tus labios brillos húmedos, tu sonrisa perfecta se formába nuevamente cuando la interrumpí con un nuevo beso.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Relámpagos amatorios V

Mientras te admiro vistiéndote, recuerdo la última vez que nos amamos.
Y sé lo que dirás cuando termines de abrochar tu vestido y calzarte los zapatos.
-Es la última vez que nos vemos.
Y yo, te responderé como lo hice la semana pasada.
-El próximo jueves será la última vez.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Relámpagos amatorios IV

Todos los sábados es la misma chingadera; apenas dan las doce de la noche y comienzan con sus cosas.
Hoy es sábado y sé que nomás se la van a pasar coge y coge, con hartos gritos, con un pinche chirriar del colchón que Dios guarde la hora.
Pero eso sí, entre semana nomás puros pleitos, gritos y platos rompiéndose, reclamos absurdos; si los dos se ven bien buenas gentes, bueno, la chamaca tiene su carácter, pero nomás llega el sábado...
Ojalá se la pasaran así toda la semana y no nomás los sábados. Mientras uno nomás recuerda lo que fue.
Ahí están, esos gemidos, esos "pacito" "cielo" "cosita" "verrrrrga" "AHHHHH"
Quien fuera joven otra vez.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Deuda

Te debo los besos que no me he atrevido a robarte.
Te debo el acariciarte en voz y seguir tu aroma.
Te debo las miradas agradecidas y suaves que se distorsionan con las sombras de mi vida.
Te debo el placer de conocerte y permitirme soñar nuevamente.
Te debo hundirme en esa taza de prometido café, para rescatar del fondo la vigilia suficiente para enterarme que no estoy soñando.
Te debo más palabras, que tal vez no escuches en tus oídos, pues las sentirás plasmadas en tu piel.
Te debo acabar en ese aullido, las distancias y el tiempo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Relámpagos amatorios III

Ambos cuerpos sólidos, bronceados, fuertes.
Se aman sin pensar en lo que sigue. Se aman a pesar de no creer que un amor así fuese posible.
Ambos se admiran, ambos comparan sus músculos, sus abdómenes de acero, sus miembros viriles ávidos de más caricias.
Ambos se besan emanando una ternura que no tiene que ver en lo absoluto en su fortaleza física. Ambos, estando juntos se tornan vulnerables, se enternecen y se ablandan en esos brazos de hierro.
las lágrimas endulzan los besos, son ellos lo que son y se alegran de haber encontrado quien los ame así.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Relámpagos amatorios II

Mis tacones clavándose en tus pantorrillas. la extraña sensación de haber sido siempre tuya me impulsa hacia tu cuerpo. Me inclino hacia tu cuello, tu barba me pica y eriza y lastima mi piel.
Mi tacón clavándose en tu hombro, me miras hacia arriba, postrado frente a mí, sucumbiendo a tu propio deseo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Relámpagos amatorios I

El delicado roce de tus medias sobre mis muslos, tu aroma invitándome a comerte entera. Mis sueños realizados; tu, semidesnuda, semidiosa, semiamazona montando mi deseo.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Tlaloques

Hace muchos años, mí Tata Abuelo, me contó una historia que a su vez se la contó su abuelo y así fue durante muchas generaciones, hoy he meditado mucho sobre ella, pues ahora me toca a mi contársela a mis nietos.
Tal vez no sea una gran historia y menos ahora que las cosas han cambiado tanto. Recuerdo que en su momento me asustó mucho, no pude dormir esa noche ni la siguiente, pero con el tiempo fui olvidando el terror que me produjo y con la edad muchas de las cosas que leo en los periódicos parecen más crueles y atroces.
Al final de cuentas, deseo seguir la tradición que tristemente veo que se ha ido diluyendo en esta caótica vida moderna, la de contar historias, sin robots, sin superhéroes, sin gringadas.
La historia, como mencioné, no es tan extraordinaria, pero me pude percatar después de todos estos años que su escenario plasma de maravilla el terror de la conquista, además aprendí pues, que el miedo puede sentirse a través de unas simples palabras, guardándose en el corazón.
Hoy es dos de noviembre. Se reunieron en casa mis hijos y mis nietos, acabamos de terminar de cenar y aprovecharé que están sirviendo pan de muerto y chocolate para contar la historia.
Cada quien con su rebanada de pan de muerto, se pelearon los “huesitos” y ahora me miran atentos; los adultos, aunque ya conocen la historia la quieren volver a disfrutar. Mis nueras y mi yerno la escucharán por primera vez, lo mismo que mis nietos. Se ven emocionados muy respetuosos a mis palabras, la voz se quiebra en mi garganta, pero la aclaro con un leve tosido.
Comienzo como comenzó mi abuelo:
“Cuando los blancos llegaron a nuestra tierra, en el ombligo del mundo, lloramos, vimos como todo caía, todo se incendiaba cuando los monstruos brillantes sobre sus venados gigantes corrían por las calzadas; las patas de los animales herían, golpeaban. Con sus lanzas cortaban, nos hacían sangrar; nuestro llanto y nuestros gritos subían a donde nuestros dioses, pero ellos se quedaron sordos. Corríamos, pero sus demonios aullaban y nos perseguían, haciendo mucho ruido, como si tosieran y rugían como el coyote, caían sobre nosotros, con sus uñas desgarran la piel y sus bocas sacaban espuma y baba para romper nuestra carne, sus lenguas ásperas lamían la sangre de sus patas y de nuestras heridas. Lloramos, gritamos; pero nuestros padres estaban sordos y también ciegos.
Los monstruos se detuvieron durante un tiempo. Nuestro Tlatoani negoció con ellos y lo capturaron ¡Ay se desgarra nuestra alma! ¡Ay no viviremos y no moriremos! ¡Ay nuestras madres no hacen nada! Su sacerdote los acabó.
Durante el día sagrado uno de los blancos tomó a uno de nuestros niños con una sola mano brillante, gritaba cosas que no entendíamos lloramos cuando se acercaba con el niño agarrado del pie, se puso colorado y con fuerza azotó al niño contra una pared, su cabeza se partió como guaje y la sangre manchó el suelo y la pared; lo tiró al piso. Corrió como demonio sobre su venado, agarró a dos niños más de sus cabellos, los niños gritaban y de miedo quedamos sordos. No queríamos ver, el demonio plateado arrojó al primero frente al venado, éste lo pisoteó. Al otro lo agarro y lo atravesó con su espada y cayó cerca de los otros dos inocentes; salió de nuevo del templo y agarró más niños, gritamos, lloramos y suplicamos a nuestros dioses su piedad. Después de que muchos, muchos niños cayeron, su sangre salía del templo y pintó toda la calzada. El demonio y su venado gritaban, chapoteando en la sangre de tantos inocentes.
En eso Tlaloc nos escuchó, sus lágrimas cayeron en los niños muertos, esas lágrimas limpiaron la calzada y el monstruo seguía ahí. Un rayo tocó los cuerpos y muchos se levantaron, corrieron contra el demonio. Él gritó y con su mano hizo señales tocándose la cabeza, el pecho y ambos hombros. Los niños muertos corrían a su rededor, el venado levantó las patas delanteras y el asesino cayó al piso, ahora él lloraba, gritaba, hacía señas. El venado huyó por la calzada. Tlaloc rugía y alumbraba el cielo. El venado cayó en el canal y haciendo ruidos espantosos se hundió. El otro monstruo cayó de rodillas y nuestro dios de la lluvia una vez más, lanzó un rayo que le pegó en el pecho, se quemó dentro de su piel plateada y dura; pero sus lamentos no conmovieron al dios.
Los niños cayeron nuevamente y sus almas subieron mientras jugaban y reían acompañados de tlaloques. Las nubes se abrieron dejando pasar a Tonatiuh el sol; quien secó la calzada limpia y nuestras lágrimas. Después de ver lo que vimos, volvíamos a guardar esperanza y gritamos de alegría. El demonio plateado seguía hincado, todo tatemado y sacando humo por la boca y los ojos; su venado se perdió en el fondo del lago y nuestros niños felices ahora juegan con flores de lluvia que han visto nuestra desgracia”.
Cuando concluí el relato, todos estaban en un silencio total. Dentro de mí creció una extraña alegría producida por las caras de sorpresa y el haber recordado el cuento tal cual mi Tata Abuelo me lo contó a mí. Agradecí a los dioses olvidados el regalo de esta historia.