lunes, 23 de marzo de 2009

Siete pisos II (basado en la canción "7 pisos" de Presuntos Implicados)

Don Gerardo al ver pasar a su vecina Asunción, inclina varias veces la cabeza cana y hace el ademán de tocarse la boina con la punta reseca de sus dedos manchados por el humo de miles de cigarrillos.
Camina despacio, cansado de si mismo.
Antes de ascender los dos pisos, escupe a propósito junto a la maceta del corredor como todos los días, en un gesto de rebeldía. Antes orinaba en ese mismo sitio, leía a Bukowski mientras bajaba su bragueta y orinaba torturado por la uretritis; unas cuantas gotas densas y dolorosas de ámbar rancio junto a la maceta; hasta que un buen día Pedro el del seis lo sorprendió y amenazó con denunciarlo con el casero;
-- ¡guarrazo, fracasado, vejete gilipollas! Esa palabra, fracasado, retumbaba aún en su mente.
--¡Coño! Se repetía Gerardo, -- no entiendes chaval, esto, lo que hago es poesía.
-- Coma mierda anciano. Se largó Pedro y subió los seis pisos de dos en dos escalones.
Gerardo volvió a escupir y estuvo tentado a orinar nuevamente, pero desistió, ese día no llevaba a Bokowski con él.
Subió resentido los dos pisos, abrió su departamento y el olor a moho, papel, humo y alcohol lo golpearon en el rostro y en el alma; cerró la puerta de madera con un chirriar de goznes. Arrojó el libro amarillento sobre la mesa invadida de más libros, platos sucios, colillas y botellas vacías. El aroma viciado y el altero de platos sucios mezclado con mugre y libros, muchos libros.
En la pared resguardado en un marco desportillado y el vidrio roto, un recorte amarillento, más que los dientes del viejo, mostraba a un joven Rey Juan Carlos estrechando la mano a un no menos joven Gerardo, recibiendo un galardón por su poemario "Jardín y huelga"; el encabezado resaltaba en sus oscuras letras de molde "Nueva promesa de la poesía española". Al lado de ese marco, había dos más. Uno roto por la mitad que contenía los restos mutilados de un viejo cartel de teatro, Gerardo nuevamente como promesa, esta vez en una puesta en escena de "Bodas de Sangre" de Federico García Lorca. El otro recorte estaba demasiado amarillo, demasiado expuesto a la luz y a las lágrimas, a las cagarrutas de mosca y al paso del tiempo. A duras penas se leía "Celebran su unión María del Pilar Abarzua y Gerardo Mancera y Nabasal" un pequeño recorte, las imágenes completamente difuminadas.
Gerardo se pregunta ¿qué sucedió?, ¿qué coños pasó?
se deja caer en el sillón que en partes deja escapar resortes y borra. Libros, muchos libros tirados, acomodados dejados al azar en cuanto espacio o superficie existen en el macilento departamento, todo combinado con el olor a orín.
Gerardo se reincorpora y toma la botella de ron, la destapa y vacía de un solo trago el contenido, con plena intención de ahogarse, desesperado. Toma nuevamente el libro que llevó a la miscelánea, era un ejemplar de su poemario, dentro del libro sacó una navaja de afeitar que le servía de separador.
La acercó a su muñeca izquierda, llena de cicatrices rectas, hundió el metal en la carne y un hilo rojo cayó en el poemario tirado en el suelo.

jueves, 12 de marzo de 2009

Siete pisos I (basado en la canción "7 pisos" de Presuntos Implicados)

Asunción sale de la regadera sin voltear hacia el espejo, el agua todavía escurre en su cuerpo maduro, aún firme, de señorita por tiempo. Las gotas caen sobre el azulejo y posteriormente en el tapete, seca su cuerpo hirviente de recuerdos, contempla asqueada su mano derecha y solloza al haber sucumbido nuevamente a la tentación.
Toma el rosario de cuentas de madera que dejó sobre la tapa del váter. Comienza a rezar, las cuentas corren entre los dedos, se viste sujetando las cuentas usándolas como tablas de salvación, salvación espiritual, sanación, dolor, autoflagelación.
El alma herida, la mente luchando entre Aves Marías y Padres nuestros, todo los misterios, todas las oraciones. Cae rendida por esa lucha, los principios contra los deseos, la tristeza amarga de la soledad y el autorechazo.
Sueña pesadillas, senos pubertos desnudos, sonrosados latientes, húmedos de sudor fresco, vaginas sonrosadas apenas cubiertas por un fino vello dorado, labios carnosos que se convierten en círculos del infierno, cada vez más profundos e insondables, senos semi infantiles cubiertos de espinas, su propio sexo que la devora a dentelladas hirvientes y húmedas con colmillos putrefactos,.
Asunción siente que se despierta, se observa a si misma y escucha ese alarido callado; paladea amarga esa angustia por no encontrar el rosario sobre el buró, tienta la superficie de madera del mueble y su angustia crece. Palpita en su pecho ese deseo a punto de salir al no encontrar la cadena de madera que logra calmarlo, Asunción se levanta y baja de su cama, se asoma debajo y mira dos ojos verdes que la hechizan, extiende su mano y una muchachita de quince años, con su blusa blanca con el escudo del Instituto y su faldita tableada, sale de debajo de la cama; Asunción la abraza y acerca sus labios a los de la ella, cierra los ojos al sentir ese aliento de manzanilla. Asunción se despierta.
El Rosario continúa en el buró, Asunción se santigua y comienza a rezar mientras el sudor escurre por su frente y espalda.
Una vez vestida con esa blusa abotonada hasta el cuello, la falda gris y triste, ese chalequito tejido en el convento por su hermana María y esos zapatos masculinos; toma su portafolios y se dirige a dar clases en el Instituto; tiembla de excitación, la volverá a ver, volverá a ver esos ojos verdes, sentirá su aliento fresco al acercarse a calificarla, se condenará al fuego eterno, lo sabe. Su mano derecha tiembla pasando una a una las cuentas del rosario.
Asunción inclina la cabeza correspondiendo al saludo de Don Gerardo, el vecino del segundo piso, quien regresa de la miscelanea con una botellita de ron en la diestra y un libro de amarillento y desgastado en la izquierda, el cual sujeta con la misma devoción con que Asunción sostiene el rosario.