viernes, 15 de enero de 2010

Me reencontré con todas las palabras que tenía que decir, que escribir.

jueves, 14 de enero de 2010

Luna de enero

Sin intervenir la luna cubre en plateada manta un cubil lobuno.
Dos lobatos, una hembra y un macho, descansan uno al lado del otro; la patita del macho reposa sobre el costado de la hembra.
Crecen en segundos, son lobos jóvenes. Las pulsiones de sus cuerpos, la necesidad de calor, convertirse en templo y hogar, en obelisco, cáliz, mutar y conservar el siguiente eslabón de la perpetuidad de la manada.

Son sacerdotes de un rito pagano, inmerso en el centro mismo de la Madre Gea. Un aullido los hace descubrir sus sexos, el destino, el calor y luz que pueden emanar al hacerse uno; al ser uno par sí y para la manada. Ser hermanos, amantes, cazadores.

Aúllan, alejados uno del otro, juntos en esa consciencia salvaje. Se acercan, olfatean la madurez y fortaleza de sus cuerpos, son iguales aún así, la hembra se somete, el macho la libera haciendo que no sea invasión, si no entrega. Colmillos y garras en función de las caricias, al jugueteo de un par de lenguas húmedas sobre las pieles erizadas de deseo y baluarte.
Convulsos ambos lobos aúllan al unísono, la simiente es colocada al fuego vivo y líquido. No han dejado de ser los mismos cachorros que sueñan bajo la luna que los cubre hasta encontrarse en la vigilia, en la caza, en el sueño verdadero.