lunes, 15 de diciembre de 2014

Un tipo duro le llora al amor.

Solamente me siento deshidratado, enojado y celoso, pienso en ella, sin proponérmelo idealizo a la mujer que me sacó de su vida de la manera más violenta y grosera que pude imaginar. Todavía resuenan en mi mente sus últimas palabras "Poco hombre" y al mismo tiempo, con una mezcla de soportable humillación admito que extraño los paseos a su lado, su cuerpo, su boca.

Ayer la vi sin querer, acompañada por otro hombre, no sé si fue mi amor propio o un verdadero caso de celos, un dolor agudo me hirió en la boca del estómago, en seguida sentía como mi corazón se partía en dos o en tres pedacitos, ella sonreía con esa sonrisa que creí siempre reservada solamente a mí, simplemente no toleré más, di media vuelta y caminé tres cuadras tratando de sacudirme los deseos homicidas de mi cabeza.

¿Cuánto ha pasado? ¿Tres meses, seis, un año? Los hombres somos extraños, como género en particular, sentimos que somos invencibles, incomparables, insustituibles. Durante meses traté de evitarla y a la vez sabía que algún día tendría que confrontarla, sabía que ambos nos habíamos herido, aunque yo no sabía cuáles habían sido mis ofensas, siento, la recuerdo, la he soñado y jamás me atreví a buscarla después de la última discusión. Así pasó el tiempo, sin vernos, hasta ayer.

Hoy me parece encontrarla en todos lados, acompañada del mismo tipo, no la abraza, no la toca y sin embargo me hierve la sangre al verlos juntos. ¿Qué me duele en realidad? ¿Por qué recuerdo lo bueno, lo bonito lo sexual de nuestra relación? Acaso no es suficiente el saber que ya no quería estar conmigo, entender tardíamente que hizo todo lo posible para alejarme y a la vez presiento que lo hacía precisamente para que hiciera lo contrario, no lo sé, simplemente cada vez que los veo tengo unas infinitas ganas de hacer daño, a ella, a él o a mí.

Hoy sigo con sed, trato de evitarla y sin desearlo la vuelvo a encontrar, la veo triste, por fin viene sola y deseo acercarme, la saludo y no me ve o finge no hacerlo, me deja con la palabra en la boca. Mis puños se cierran ferozmente, mis nudillos crujen, estoy enojado, sediento y enojado, doy media vuelta para seguirla y algo en mi me dice que ya no, que no tiene caso, que la deje en paz y la deje vivir.

Pasaron dos semanas, ya no la encuentro casualmente, ahora la busco sin que me vea, empecé a espiarla, la sigo viendo igual de triste, es momento de devolverle la llave de su departamento, pero se la dejaré cuando ella no esté, quisiera dejarle una carta, explicarle cuánto he sentido su ausencia, su presencia, nuestras noches, y empiezo a recordar las discusiones sin sentido, su falta de sentido del humor y como poco a poco dejamos de buscarnos, me regresa esa ira sorda y me encamino hacia su departamento.

Al abrir la puerta lo primero que noté fue el olor, huele diferente, ya no huele a hogar, huele a pino, antes solamente olía a manzanas con canela, entro a la recámara y noto que la cama tiene otra colcha, no la había visto. Sobre el buró está un marco con una foto rota por la mitad, de la última cena de año nuevo en que estuvimos juntos, en el closet solamente está su ropa y el hueco que dejó la mía, y un par de jeans que no son míos, son de hombre, pero están cortitos, pequeños, los desgarro con manos y dientes. Busco más indicios, en su cajón hay una caja de condones y no son de nuestra marca.

Me acuesto sobre la cama, huele a ella, su almohada manchada de maquillaje, yo odiaba esa almohada, ahora la acerco a mi rostro y aspiro el aroma guardado en ella, su shampoo, sus cremas su perfume personal y único, no el aroma maquillado. Una erección comienza a abultar mis pantalones, estoy llorando, gruño y bufo enfurecido. Siento que la cabeza me va a estallar.

Entro al baño y destapo su shampoo lo huelo y veo otro shampoo, uno anticaspa, ella nunca usaba de esos, supongo que es del otro, lo vacío en el inodoro, sonrío como un maniático, Hay un rastrillo masculino y un cepillo de dientes azul, el enojo disminuye mi erección y decido orinarlos, los dejo en su lugar, tomo nuevamente la almohada de ella, la huelo y comienzo a masturbarme ferozmente recordando las primeras noches, la primera tarde, la primera mañana que estuvimos juntos, sus senos acunados en sus manos, su mirada, su sonrisa coqueta, la mueca de satisfacción y gozo total, 1, 3, 6 veces. Terminé sobre la colcha nueva, en mi mente deseo demostrarme que no soy un poco hombre, que sepa ella que es la causa de mi deseo y mi locura, que sienta cómo la odio con todo mi amor.

Escucho ruidos en el cubo de la escalera, me sobresalto. Las pisadas siguen al piso de arriba, una sensación de náusea me invade, entro en la cocina y veo un par de cervezas oscuras, a ella le gustan claras, las bebo una tras otra, dejo las botellas  tiradas sobre el sofá, eructo sonoramente como nunca lo hice y antes de salir del departamento arrojo la solitaria llave sobre la mesa del comedor, miro la pequeña llave color cobre, y en un impulso la vuelvo a tomar.

Ya en la calle me prometo jamás volver. La sensación de ira no desaparece y siento como un par de lágrimas enormes escurren de mis ojos, la gente me mira como a un loco, un loco que trae cargando una almohada sucia de maquillaje y sujetando firmemente un marco con una fotografía rota por la mitad en la cual una mujer sonríe con todo su ser.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tan cierto, como doloroso,
Felicidades lobito ¡

El monstruo dijo...

El stalkeo es lo de hoy