sábado, 22 de septiembre de 2007

En tu búsqueda

Durante esos días, Benito ha tratado de acostumbrarse a la soledad de la ciudad. Busca a aquella mujer que en ensueños se le aparece y lo hace distinto a todos, no deja de pensar en ella, mientras come, mientras camina hacia su trabajo, mientras toca su guitarra, mientras escribe algo que aún no se atreve a llamar poesía.

Benito la ve y no la ve, pues en cada sueño es distinta, pero es ella y en cada mujer que cruza en su camino la reconoce, en un movimiento de caderas, en la sonrisa, en la mirada esquiva o impúdica. En todas ellas la encuentra, pero en ninguna la tiene.

Benito, sin dejar de recordar a aquella mujer de ensueño, termina con su turno en la fábrica, camina cansado y sin mayor esperanza, sólo desea llegar a su cuarto y dormir hasta soñar nuevamente con ella.

Al abrir la puerta de la vivienda, los primeros rayos de sol comienzan a filtrarse por la ventana; Benito bosteza y quita su guitarra y al gato de encima de su cama; ya acostado, coloca las manos detrás de la nuca y contempla las figuras que su imaginación descubre en el techo de tirol.

Un imposible gallo canta al nuevo día, a la nueva noche diurna en la que Benito se hunde hasta quedar profundamente dormido. El lugar es extraño, ella lo contempla desnudo, la sonrisa velada por la lengua femenina que se mueve de lado a lado sobre los carnosos labios, le pide que se acerque. Benito deja de respirar por unos segundos, el deseo manifiesto en su piel, las manos de ella invitándolo al beso.

Soledad simplemente no quiere dormir, pues al cerrar los ojos sabe que soñará con ese muchacho torpe y fornido de quien se ha enamorado; lo que más dolor le causa a Soledad, es el no poder recordar el rostro masculino, sólo reminiscencias de sus labios sobre la piel de él, el acercamiento de labios, cuerpos, almas y esa sensación deliciosa y torturante que recorre su entrepierna, humedeciéndola hasta despertar insatisfecha y de mal humor.

El permanecer despierta es un indecible suplicio, esos calores y esos suspiros que propician las burlas y cuestionamientos de sus compañeros de trabajo, esa mirada perdida en busca de su correspondencia, esa falta de apetito y la imbécil sensación de saberse amada por un personaje de novela rosa, de fantasía.

Soledad camina hacia su trabajo en la fábrica, ya dejó encargado a su hijo y el turno de medio día le permitirá recogerlo más tarde; ella camina somnolienta y esos malditos suspiros no dejan de escaparse de entre sus labios. Al despertar ese día acalorada, empapada de sueños y con taquicardia, decidió que no volvería a dormir jamás.

Soledad no se arrepiente de las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida, ni siquiera cuando agarró sus cosas, a su bebé en brazos y dejó atrás una vida de maltratos; en esa época ahora lejana de su vida, se llamó Dolores. A Soledad le gustaba ese humor involuntario que ocupaba su vida, la hacía sonreír de vez en vez y olvidarse de la tortura amatoria que el sueño le llevaba cada noche.

Al terminar el turno, le cedió el paso en la maquinaria a un compañero, una vez en los vestidores, ella colocó el overol en su casillero, dejó los guantes de carnaza y los lentes de protección; nunca llamó su atención el vapor que salía con la promesa de agua caliente de los baños de la fábrica, prefería bañarse con agua fría en su casa. Se puso los jeans, la blusa y sus botas, prefería llevar pantalones y botas que tener que depilarse cada quince días; se amarró su cabello en una coleta, salió a la calle donde ese sueño que le hacía desear soñar y dejar de soñar para siempre, estaba a punto de chocar con ella.

Benito sintió en su piel, el roce visual que la mirada de ella dejó encarnándose en su deseo, palpa con sus labios la dulzura de ese aroma que poco a poco lo aleja del ensueño para colocarlo en la absurda vigilia. Se estira como su gato, saboreando ese aroma de la mujer deseada, enamorada y que olvida rápidamente al abrir los ojos. Sólo le queda el gusto de haberla besado, o haberla soñado besándolo.

El sol se comienza a ocultar, Benito se asoma al patio y mira divertido a la Alma Marcela saliendo de su vivienda, muy vestida de lentejuelas, muy entaconada y haciendo equilibrio. Loqueando y gritando a todo pulmón, que necesita un Macho. Benito la saluda desde la ventana y Alma Marcela le manda un beso tronado con toda la palma de la mano, hace dos o tres cabriolas relampagueando de lentejuelas y comienza a gritar nuevamente -Hoy es viernes y ¿no hay Macho para mi?

Benito se aleja de la ventana sonriendo, Alma Marcela le cae muy bien, siempre respetuosa y aunque extraña, es buena amiga, un día cuando ambos regresaban de sus respectivos trabajos Alma Marcela, trajeada como Marcelo le comentó -En serio Benito, si yo fuera machín de a devis, me encantaría ser tú. Cada vez que Benito veía a Marcelo sonreía al recordar ese "piropo".

Casi dan las siete y Benito se pone sus botas vaqueras, su pantalón desgastado, la playera y camisa blanca; cierra la llave de paso y le deja comida al gato. Se dirige literalmente, a chocar con su destino.

Con las manos en los bolsillos, Benito camina sonriente, los puestos callejeros, los perros y una extraña lluvia de gotas pulverizadas lo rodean, ni siquiera vale la pena sacar, si lo tuviera, algún paraguas. Está feliz y ni siquiera sabe la razón, lo anticipa o ya lo esperaba.

Percibió todos sus sentidos avivarse, una sensación cual presa de caza lo invadió, el aroma femenino sin gota de perfume, sólo el aroma. El sonido de la calle se apagó para dejarle escuchar la respiración y los latidos de esa mujer. Al levantar la mirada, aquella extraña conmoción lo invadió, no supo por un instante si en realidad se había despertado esa mañana crepuscular, provocando el desboque de pulmones, párpados y corazón.

Ya había anochecido y estaba llegando a la Fábrica. A menos de una tercia de pasos venía hacia él una mujer sin maquillaje, con una coleta sujetando sus negros cabellos, los jeans marcados un poco sobre la cadera y una blusa destacando sus redondos y pequeños senos, la blusa tan blanca como la camisa que él estaba usando. En difuso espejo, ambos chocaron, una fracción de segundo, como lo supo al verse ambos en sus ojos, el sueño cobraba una tercera dimensión. Por fin, para los dos, el sueño tenía rostro.

Por un instante Soledad y Benito comparten una misma tormenta de pensamientos, magnéticas visiones; ambos se ven felices, acompañándose, Benito se ve cargando a un niño de tres o cuatro años, Soledad a un nuevo ser en su vientre, se miran contemplando los cuatro por primera vez el mar, se visualizan amándose en una habitación alumbrada por dos velas y un gato observándolos desde el quicio de la ventana.

Una vez saciada la curiosidad del gato y los deseos hirvientes de ambos cuerpos, el gato salta hacia afuera de la habitación, Soledad ve a Benito acercar una guitarra, él se ve desnudo, sentado sobre la cama rasgando suavemente las cuerdas de la guitarra, así como había hecho con la espalda de la mujer desnuda y satisfecha ante él. Es poesía lo que sale por los labios de Benito, es poesía el haberse compartido con ella. Benito entendía finalmente esa palabra “Poesía”.

Se supieron desde ese choque uno, que sus vidas demasiado cercanas, pero al mismo tiempo perdidos de si mismos. Ahora se descubren, se reconocen y al transcurrir esos instantes, esos pensamientos; a centímetros de distancia el uno del otro, ambos musitan al unísono -Disculpa, no te vi venir.

Los dos sonríen, ambos sienten el desasosiego y la urgencia por besar los labios ajenos y tan suyos. En Benito esa urgencia era en definitiva más notoria. Ambos sintieron la necesidad de estar, a partir de ese momento, juntos.

Soledad suspira al mismo tiempo en que el muchacho un poco tímido a la cercanía extiende su mano. –Benito, me llamo Benito. Ella intuía ese nombre, no sabía el porque. Su mano delgada y morena estrecho la manaza de dedos callosos y tiernos –Yo me llamo Soledad. Sonriendo nuevamente -¿Te puedo acompañar? Preguntó Benito sin preocuparse del todo por la respuesta que fuese cual fuera sería pronunciada por esos bellos labios.

La lluvia arrecia y dentro de poco no se podrá ni siquiera andar por la calle, que por las coladeras tapadas de basura se inundará irremediablemente. Benito sujetó cuidadosamente a la mujer, colocando su brazo sobre los hombros de ella en un bisoño intento de cubrirla de la lluvia y dando la espalda al camino que lleva a la fábrica desandando sus pasos al lado de Soledad.

Benito le propuso ir a su casa que se encontraba a media cuadra de ahí. La calle se transformaba en torrente de agua sucia y basura. Soledad aceptó el hecho, desde siempre esperó una invitación así; sin embargo se asusta al reconocer la calle y el zaguán de la vecindad de la que no hace tanto tiempo había huido Dolores con su niño en brazos. El frío del terror y los incipientes granizos la calaban a cada paso, pero con ese brazo sobre su espalda se siente protegida.

A dos viviendas de su pasado, Benito abre la puerta metálica y la invita a pasar. Un olor de cigarro y loción, mezclado con calor de encierro les dan la bienvenida; al cerrarse la puerta detrás de Benito, su alma regresa a su cuerpo. El muchacho coloca las llaves sobre la mesa de aluminio con el logotipo desgastado de cerveza “Corona” que hacía las veces de comedor, escritorio y sala.

Benito toma la toalla que se encuentra en el respaldo de la silla colocándosela a Soledad sobre los hombros, acercándola hacia él. Ella se deja llevar y agradece con una sonrisa. -Quítate las botas Soledad- sugirió Benito –Te puedo prestar unas calcetas si gustas, te va a hacer daño la mojada. Ella se dejó quitar las botas; Benito sabe que una vez quitando los zapatos, lo demás será más sencillo.

La ropa de ambos comenzó a evaporarse, hasta condensarse en un charco de pantalones, blusa, playera, camisa y sostén en el suelo; la toalla ahora empapada también.
Ambos, casi desnudos continúan enlazados, desde los labios hasta el resto de la piel; el cabello ahora suelto de soledad invade los anchos hombros y parte del cuello de él, cual enredadera húmeda y negra, sus almas se conjugan en un solo ente impalpable; ambos se brindan calor, en la penumbra se dirigen a la recámara.

Benito se aparta un momento, quita la guitarra de la cama y el gato salta hacia el desvencijado ropero. Soledad se deja recostar tiernamente sobre la cama; la mira nuevamente, ella entrecierra sus ojos, abre poco a poco su boca de labios gruesos, se palpa ambos senos con ambas manos y un aroma dulcísimo escapa de su aliento y de su piel. Se besan reconociendo el sabor de sus sueños.

Soledad lo sujeta con sus piernas, lo rodea dispuesta a encontrarlo. Sus hálitos se mezclan nuevamente, murmuran palabras desconocidas y tan íntimas, una se deja invadir, otro se deja besar, ambos se dejan naufragar en la piel. Un ronroneo, más caricias, los ojos del gato brillando enmarcados por la ventana, se dejan el uno del otro, se encuentran intercambiando algo más que su piel. Abandonan sus cuerpos y se observan desde arriba, desde abajo. Sin ubicar el principio de uno y el final del otro, el aroma a cigarro loción y encierro, se transforma en el dulce e imperceptible perfume de la desnudez.

Una mirada, además de la del micho espía por la ventana. Alma Marcela se siente a la vez desilusionada y a la vez feliz, se arrepiente de la violencia inferida a esa bella mujer, la envidia que le provocaba y a la vez la hacía admirarla a golpes, jamás lo entendería, jamás entendió. -Benito si es de a devis, él la puede hacer en verdad feliz, si ya se ve. Sus labios ocultan la sonrisa y llora sin dejar que el rímel escurra. Taconea deslumbrando de lentejuelas; Grita en silencios a pesar de su costumbre. Vuelve a pensar -Ya es sábado y no hay macho para mi.

Amanece, los dos saben ahora que no de todos los sueños se debe despertar. El gato sobre el quicio de la ventana los observa cínico, relamiendo sus patas delanteras. en la cama siguen ambos cuerpos amados más allá de la cotidiana realidad. Para Soledad la vida le hace reconsiderar un nuevo nombre, tal vez Leticia; dejó a su niño encargado, han de estar preocupados por ella, no le importa demasiado; ya se encontró. Para Benito es su primera falta en la fábrica y la última, ha entendido por fin lo que es poesía. Ha hecho el amor con ella esta noche.

6 comentarios:

Beatrix dijo...

Como siempre, la espera suele ser larga, -por lo menos para mi- pero una vez concluida la lectura, una queda complacida con el resultado.

Sublime la cantidad de imagenes que se quedan danzando en mi cabeza.

Gracias por este ultimo capitulo.

rossmar dijo...

Que puedo decir ante grande poesía, si poesía por que el dulce aroma llego y se quedo impregnado en mi mente, por que a pesar de no conocerse, se conocían ya desde hace tanto tiempo!!!

Gracias por tan bello escrito

AndreaLP dijo...

Valió la pena la espera. Poesía es eso que hacen dos personas al reconocerse desnudos y mezclarse.

¡Grande, Lobo! :-)

Mil besos.

Mafalda dijo...

......

El hombre en la busqueda de poesía.... también la mujer la busca, aunque a diferencia de los hombres nosostras la llevamos a cuestas, somos poesía. El misterio de la mujer es encontrarla en el misterioso universo interno, para cuando llegue el explorador, no solo la entienda, si no desee continuar conjugando palabras una y otra vez.
Aunque mi amigo Lobo, la conjugación no cambia nombres, establece conjeturas.

Un abrazo mi Amigo. Seguiré soñando como Benito........

Mafalda

Kix dijo...

Ahhh!!!! :D

¡¡Cumpliste tu promesa!!!

:-D Soy fannnnnn!!!!

Lena dijo...

Pues si, en verdad muy romántico!!! "Poesía" Todos tenemos un poco, pero el amor lo es sin más.
De anhelos se llena la dicha y de dicha se nos llena la vida. Muy bueno de verdad, nuevamente te digo que para mí ha sido un honor.