Solamente me siento deshidratado,
enojado y celoso, pienso en ella, sin proponérmelo idealizo a la mujer que me sacó de su vida de la
manera más violenta y grosera que pude imaginar. Todavía resuenan en mi mente
sus últimas palabras "Poco hombre" y al mismo tiempo, con una mezcla
de soportable humillación admito que extraño los paseos a su lado, su cuerpo,
su boca.
Ayer la vi sin querer, acompañada
por otro hombre, no sé si fue mi amor propio o un verdadero caso de celos, un
dolor agudo me hirió en la boca del estómago, en seguida sentía como mi corazón
se partía en dos o en tres pedacitos, ella sonreía con esa sonrisa que creí
siempre reservada solamente a mí, simplemente no toleré más, di media vuelta y
caminé tres cuadras tratando de sacudirme los deseos homicidas de mi cabeza.
¿Cuánto ha pasado? ¿Tres meses,
seis, un año? Los hombres somos extraños, como género en particular, sentimos
que somos invencibles, incomparables, insustituibles. Durante meses traté de
evitarla y a la vez sabía que algún día tendría que confrontarla, sabía que
ambos nos habíamos herido, aunque yo no sabía cuáles habían sido mis ofensas, siento, la recuerdo, la he soñado y jamás me atreví a buscarla después de la última discusión. Así pasó el tiempo, sin vernos, hasta ayer.
Hoy me parece encontrarla en
todos lados, acompañada del mismo tipo, no la abraza, no la toca y sin embargo
me hierve la sangre al verlos juntos. ¿Qué me duele en realidad? ¿Por qué
recuerdo lo bueno, lo bonito lo sexual de nuestra relación? Acaso no es
suficiente el saber que ya no quería estar conmigo, entender tardíamente que
hizo todo lo posible para alejarme y a la vez presiento que lo hacía
precisamente para que hiciera lo contrario, no lo sé, simplemente cada vez que
los veo tengo unas infinitas ganas de hacer daño, a ella, a él o a mí.
Hoy sigo con sed, trato de
evitarla y sin desearlo la vuelvo a encontrar, la veo triste, por fin viene
sola y deseo acercarme, la saludo y no me ve o finge no hacerlo, me deja con la
palabra en la boca. Mis puños se cierran ferozmente, mis nudillos crujen, estoy
enojado, sediento y enojado, doy media vuelta para seguirla y algo en mi me
dice que ya no, que no tiene caso, que la deje en paz y la deje vivir.
Pasaron dos semanas, ya no la
encuentro casualmente, ahora la busco sin que me vea, empecé a espiarla, la
sigo viendo igual de triste, es momento de devolverle la llave de su
departamento, pero se la dejaré cuando ella no esté, quisiera dejarle una carta, explicarle cuánto he sentido su ausencia, su presencia, nuestras noches, y empiezo a recordar las discusiones sin sentido, su falta de sentido del humor y como poco a poco dejamos de buscarnos, me regresa esa ira sorda y me encamino hacia su departamento.
Al abrir la puerta lo primero que noté fue el olor, huele diferente,
ya no huele a hogar, huele a pino, antes solamente olía a manzanas con canela,
entro a la recámara y noto que la cama tiene otra colcha, no la había visto. Sobre
el buró está un marco con una foto rota por la mitad, de la última cena de año
nuevo en que estuvimos juntos, en el closet solamente está su ropa y el hueco
que dejó la mía, y un par de jeans que no son míos, son de hombre, pero están
cortitos, pequeños, los desgarro con manos y dientes. Busco más indicios, en su
cajón hay una caja de condones y no son de nuestra marca.
Me acuesto sobre la cama, huele a
ella, su almohada manchada de maquillaje, yo odiaba esa almohada, ahora la acerco
a mi rostro y aspiro el aroma guardado en ella, su shampoo, sus cremas su
perfume personal y único, no el aroma maquillado. Una erección comienza a abultar
mis pantalones, estoy llorando, gruño y bufo enfurecido. Siento que la cabeza
me va a estallar.
Entro al baño y destapo su
shampoo lo huelo y veo otro shampoo, uno anticaspa, ella nunca usaba de esos,
supongo que es del otro, lo vacío en el inodoro, sonrío como un maniático, Hay
un rastrillo masculino y un cepillo de dientes azul, el enojo disminuye mi
erección y decido orinarlos, los dejo en su lugar, tomo nuevamente la almohada
de ella, la huelo y comienzo a masturbarme ferozmente recordando las primeras noches, la primera tarde, la primera mañana que estuvimos juntos, sus senos acunados en sus manos, su mirada, su sonrisa coqueta, la mueca de satisfacción y gozo total, 1, 3, 6 veces. Terminé sobre la colcha
nueva, en mi mente deseo demostrarme que no soy un poco hombre, que sepa ella que es la causa de mi
deseo y mi locura, que sienta cómo la odio con todo mi amor.
Escucho ruidos en el cubo de la
escalera, me sobresalto. Las pisadas siguen al piso de arriba, una sensación de
náusea me invade, entro en la cocina y veo un par de cervezas oscuras, a ella
le gustan claras, las bebo una tras otra, dejo las botellas tiradas sobre el sofá, eructo sonoramente
como nunca lo hice y antes de salir del departamento arrojo la solitaria llave
sobre la mesa del comedor, miro la pequeña llave color cobre, y en un impulso
la vuelvo a tomar.
Ya en la calle me prometo jamás
volver. La sensación de ira no desaparece y siento como un par de lágrimas
enormes escurren de mis ojos, la gente me mira como a un loco, un loco que trae
cargando una almohada sucia de maquillaje y sujetando firmemente un marco con
una fotografía rota por la mitad en la cual una mujer sonríe con todo su ser.
2 comentarios:
Tan cierto, como doloroso,
Felicidades lobito ¡
El stalkeo es lo de hoy
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