Una palabra para definirme en
estos momentos "Furioso". Las Erinias susurran en mi oído, me indican
que la mejor manera de vengarme es olvidar, poner tierra de por medio y odiar
cada instante vivido.
Mi mandíbula trabada, mi mirada
torva y en el asiento de atrás de mi carro un par de bolsas negras de basura
con toda mi ropa, vuelvo a salir como basurero, llevando mis pertenencias en
esas oscuras bolsas que también han llegado a esconder cadáveres.
Manejo por una avenida solitaria,
las luces roji-azules de las esporádicas patrullas me deslumbran y se reflejan
en una solitaria lágrima que corre por mi rostro. Me orillo y me detengo un
momento, bajo del auto y siento la náusea amarga de la bilis a punto de salir,
las arcadas, el coraje, el dolor.
Trato de repasar los últimos
cincuenta minutos de mi vida, trato de ordenarlos, volver para aprender de ese
sendero ahora tan devastador. Recuerdo su mirada llena de coraje, de tristeza,
de sentimiento. Nadie puede olvidar el rostro de una mujer ultrajada, aunque
ese ultraje haya sido autoinflingido.
Antes de las explicaciones,
brindamos, y su rostro molesto no me molestó en lo absoluto, sonreí brindé y
bebí contento, su molestia se volvía pesada, una niebla terrible en la
sala/comedor, todavía había familia disfrutando de los primeros momentos del
año recién llegado, 1 de enero. Picaba las sobras de la cena y mis sonrisas no
tenían cabida en sus ojos. Brindamos y por primera vez no me sostuvo la mirada.
Empecé a preocuparme.
Las despedidas de rigor, los
abrazos y todos los buenos deseos, ignoro si mi sentencia se dio esa misma
noche durante la cena o si fue un simple impulso. La abracé y me rechazó, pensé
que quería jugar el juego de rudeza que a ambos nos excitaba, pero sus palabras
no podían estar más alejadas del deseo. Inició el interrogatorio, ¿Por qué la
hora? ¿Por qué hasta ahorita? ¿Por qué? ¿Por qué?
Respondí tranquilo, brindé con mi
mejor amigo, una, dos copas, ni más ni menos. Cené en casa, con mi familia y ya
estoy aquí, contigo porque es aquí en donde quiero estar. Enfureció, los
reclamos, y la sangre agolpándose en mi rostro, ella argumentó mi falta de
interés por ella, por su familia, por sus cosas; me reclamaba hablando entre
dientes, con los puños crispados, los labios temblorosos y los ojos hundidos.
Le repetí que ya estaba ahí, que
no importaba, que estaba ahí, que había alcanzado a saludar a su familia, pero
que deseaba estar con ella, la sujeté por los hombros y la besé apresuradamente
en los labios, su ira se desató y su puño se impactó en mi boca. Desconcertado,
enojado y profundamente triste, dejé de hablar, ella retrocedió un par de pasos
asustada, habrá visto en mi rostro la marca de la bestia. Salí de la habitación
y de la bodega debajo de la escalera tomé el par de bolsas de basura.
Al regresar abrí el ropero,
comencé a sacar mis cosas, colocarlas sobre la cama, ella destrozando nuestras
fotos, nuestros recuerdos, me sentí muy desdichado, humillado, mudo por
completo. Lárgate ya, murmuraba, abandóname, lárgate, vete, vete, vete. Tronó
sus dedos una, dos, diez veces.
Traté de terminar la faena lo
antes posible, ella salió de la recámara y empezó a fumar, lloraba callada, la
miré fijamente a los ojos, los míos a punto del llanto, no había nada en su mirada,
veía hacia adentro, hacia su interior, me volví invisible y así invisible saqué
mis cosas.
Me limpio con el dorso de la
manga, escupo y trato de controlarme, subo de nuevo al carro, el amanecer se
vislumbra a lo lejos en tonos rojos, manejo de nuevo y abro la ventanilla, el
aire helado de ese primer día del año, el recuerdo que me seguirá y las tantas
opciones de las que ambos nos pudimos
aferrar.
Con el gusto amargo de la bilis las Erinias siguen murmurando en mi oído. Me preguntan en qué momento todo acabó, si fue esa noche, meses atrás, o si en realidad nunca hubo nada. No les respondo, ellas se ceban en mi dolor y coraje, no encuentro respuestas, no deseo saberlas.
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