Las grandes pasiones empiezan igual que los grandes odios, la primera vez que ves a otra persona y te ves en ella.
Cuando nos vimos por primera vez, muy pocas cosas quedaron ocultas, no teníamos la intención de estar juntos, tal vez ambos pensamos en una aventura pasajera, algo que a ambos nos representara como actores de una comedia romántica, sin mayores antecedentes, sin preámbulos nos abrazamos y percibimos el aroma del deseo.
El beso fue tan repentino como ansiado, pero completamente inesperado, mis manos en tu espalda y tu cuello cada vez más cerca de mis labios. Esas primeras caricias y la inevitable sensación de excitación, el temor a romper el momento, la naciente necesidad de tocar, de ver, de escuchar y a la vez perderte por completo ante tantas sensaciones.
Te ofrecí mi brazo y extrañada no supieste cómo tomarlo, entrelazamos nuestros brazos y caminamos juntos por primera vez, platicamos, nos escuchamos y percibimos que ambos compartíamos esa creciente emoción, sin detenernos a pensar que esa pasión sería tan destructiva unos meses más tarde.
No nos importó en ese momento detenernos a pensar en lo que sucedería durante la cotidiana convivencia, los miedos que fueron apareciendo detrás de las propias inseguridades, no comprendimos que esa pasión enorme que nos hacía gemir de placer, nos encontraría una noche cuanquiera sollozando de dolor.
Seguimos, nos arriesgamos y ambos perdimos. Ahora cada uno por su lado, pensando en que ese primer encuentro nunca sucedió. Cada uno en un andén diferente en la misma estación del metro, nos miramos por una milésima de segundo, nos acordamos que fue mejor no habernos conocido, el convoy naranja interrumpe esa mirada, se detiene y llega el otro tren, titubeante pensé en quedarme en el andén, en el último momento subí para darme cuenta que te habías quedado parada en el mismo lugar.
Nuevamente arrepentido por no haberme quedado, por no haber ido a buscarte, lloré.
Seguimos, nos arriesgamos y ambos perdimos. Ahora cada uno por su lado, pensando en que ese primer encuentro nunca sucedió. Cada uno en un andén diferente en la misma estación del metro, nos miramos por una milésima de segundo, nos acordamos que fue mejor no habernos conocido, el convoy naranja interrumpe esa mirada, se detiene y llega el otro tren, titubeante pensé en quedarme en el andén, en el último momento subí para darme cuenta que te habías quedado parada en el mismo lugar.
Nuevamente arrepentido por no haberme quedado, por no haber ido a buscarte, lloré.
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