Nuestro encuentro fue completamente
fortuito, sin esperar nada tal vez por eso hemos continuado juntos, porque
jamás tuvimos expectativas el uno en el otro; bueno al principio he de confesar
que sí tenía muchas expectativas, te imaginaba una especie de diosa del sexo,
una ninfómana descarriada que trataba de saciar sus ganas y por eso me habías
dado entrada.
Te imaginé con un corsé de cuero
negro, botas altas de tacón y nada más. Había visto tus fotos, algunas muy
sugerentes y ese exótico tatuaje en medio de tus senos, llamaste mi atención de
inmediato con tu mirada, tu boca y ese revelador escote. Decidí iniciar una
charla casual, tal vez empezar por el clima o la inseguridad de nuestro país
pero después y meditándolo mejor, decidí que lo mejor era tratar de conocerte
aunque no acostumbro intimar demasiado con las personas que conozco en las
redes sociales, solamente me involucro de manera profesional, pero hay algo en
ti que hace en mi cuerpo una reacción en cadena y solamente al mirar tus
imágenes.
Sin nada que perder inicié una
plática aparentemente desinteresada, eres reservada y eso me encantó, poco a poco
nos comenzamos a conocer, yo tratando de controlar mis ganas y deseando que
esas mismas ganas las compartieras conmigo; supimos un poco de la vida de cada
uno, deseaba ser especial para ti, que lo que me cuentas sea exclusivo para mi
conocimiento, para que te de una opinión o un consejo, lo que te he compartido
así ha sido, solamente tú lo sabes.
Todos los días despierto ansioso
y reviso mis mensajes, con suerte aparecen algunas palabras tuyas y con más
suerte aún alguna foto. Tal vez esa mañana empezó verdaderamente todo; después
de ver tu imagen mostrándome un poco más que tu generoso escote y apenas una
sonrisa de labios carnosos sobre tus senos, mi reacción fue inmediata y en todo
el día no pude concentrarme en mi trabajo, medité toda la tarde si debería de
corresponder a tu regalo y llegando a casa me tomé una foto y sin pensarlo más
la envié. Pasaron unos minutos y respondiste con una carita feliz, un dulce
calor se apoderó de mí ser.
Son extrañas y deliciosas todas y
cada una de esas sensaciones algunas de latente excitación solamente al leerte,
otras cada vez que compartimos imágenes electrónicas; hasta aquella madrugada que
me armé de valor y te propuse vernos en persona, marcaste de inmediato y por
primera vez te escuché, tu voz me sedujo, aunque todo lo que hasta ese momento
habíamos compartido pasó a un segundo plano cuando me dijiste que aceptabas el
encuentro. Mí pasión volvió a crecer y te envié la prueba de ello, una imagen
solamente para ti.
Una semana después preparaba mi
mochila con un cambio de ropa, media docena de velas con aroma, unas cuantas
varitas de incienso y una botella de vino tinto. En cuanto salí de la oficina
me dirigí a la terminal de autobuses y compré el boleto hacia tu ciudad,
acordamos que en cuanto llegara te llamaría para decirte en dónde me iba a
hospedar, así lo hice apenas llegando, te marqué y me dijiste que tenías que
arreglar un par de cosas, dejar encargada a tu hija y que en una hora y media a
más tardar estarías conmigo.
Esperé ansioso, encendí la
televisión para que me hiciera compañía, traté de imaginarte de cuerpo entero y
no en fragmentos electrónicos, traté de hacerme una idea de tus verdaderas
dimensiones, de tu aroma y del sabor de tus labios. Pasó una hora y después una hora más, eran cerca de
las nueve de la noche y no contestaste a ninguno de los 45 mensajes que te
mandé dándote el nombre del hotel, el número de habitación y demás detalles,
diciéndote 45 veces que estaba ansioso de verte. Esperé media hora más y ya moría
de hambre, apagué las velas que había encendido media hora antes y bajé al
lobby.
Le pregunté al encargado si había
un restaurante típico cerca de ahí y me dio indicaciones para llegar al más
cercano, me dijo que saliendo encontraría una cenaduría y que preguntara por
doña Cata. Salí un poco malhumorado y muy preocupado por tu tardanza. Apenas saliendo
del hotel un taxi verde se detuvo a entrada, bajaste bastante agitada en cuanto
terminaste de pagar, te reconocí de inmediato pero no me viste, pasaste a mi
lado haciendo sonar tus tacones, te ves hermosa, tu perfume quedó en el aire y
olvidé lo hambriento que estaba, el malhumor y la preocupación que me embargaba.
Me acerqué a ti mientras le
preguntabas al empleado por mí habitación; todavía invisible para ti te pude
admirar a mi antojo, contemplé tus caderas, tus piernas torneadas por los
tacones, tu cabello debajo del hombro recién peinado y alaciado de salón,
comprendí el porqué de tu tardanza, eres tan alta como yo con los tacones, me
gustaste más de lo que ya me gustabas; por fin escuchaba tu voz sin filtros,
sentía tu aroma, tu cuerpo tan cerca.
Con cuidado desde atrás de ti sujeté
tu cintura y emitiste un pequeño grito ante la mirada divertida del encargado;
volteaste sorprendida, nuestros ojos se miraron por primera vez, te abracé con
todas mis fuerzas después de admirarte de frente, tu discreto escote y la
belleza exótica de ese tatuaje. Nos quedamos mudos unos instantes y sin decir
nada más nos apretamos el uno contra el otro acercando nuestros labios para
fundirnos en un delicioso y apasionado beso, el primero de la noche.
Después de ese primer beso, al
tenerte sujeta de la cintura y al caminar hacia la habitación dejo de narrar
esta historia, porque una vez que crucemos el umbral, podremos narrarla juntos.
1 comentario:
MUY BONITA NARRACION ME ENCANTO SALUDOS
Publicar un comentario