Un adolescente de casi cuarenta años, desengañado y engañador de su vida. Propenso a la hipocondria, a las teorías de conspiración y a enamorarse perdidamente cada vez que puede.
Se cuestiona su propio ingenio, dejar de ser promesa y convertirse a través de puro valor en realidad. Ser lo que es, aceptarse por lo que es, amarse por lo que es, odiarse por lo que fue y seguir en esa maraña de develaciones y nuevas apetencias.
Hoy no quiere nada más, acepta que ya no tiene veinte y que sus ideas ahora son cosa de quien sabe lo suficiente y tiene la madurez de callarse, de aceptar, de observar.
Pues ha descubierto que cada vez sabe menos de todo, y lo aprendido ya no le sirve de nada.
Se queda en su propio encierro, en su propia selva, en sus propias limitaciones y pretextos, se esconde de si mismo y seguro se encuantra, crece, madura, se golpea de tanto en tanto y se deja golpear también. Y a veces responde, su furia lo convierte en lo que es, en ese ser cegado en rojo, que sabe como herir sin tocar y sin decir absolutamente nada, un témpano que a la postre se derrite enternecido y al borde de las lágrimas, que no se arrepiente y se envuelve de culpa, que no se asemeja a quien deseaba ser de niño, pero que sin dudarlo confiaría en si mismo para cuidar de él y de su vejez.
Es como todos, sueña como todos, se alegra y sufre, escucha canciones populares, populistas, se viste de rojo o de azul o de traje, o simplemente se desnuda y se exhibe alegando que el cuerpo es belleza porque acepta cada uno de los gramos de experiencia. Hoy sabe más que ayer, mañana no sabrá nada.
Con suerte nuestro personaje dejará de ser tal y se convertirá en persona.
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