A mi me sucedió al revés, en lugar de dejar de creer en las hadas conforme crecía, cada día creía más en ellas, en sus presencias tenues e invisibles.
Sabía que revoloteaban constantemente a mi alrededor, que dormían sobre mi almohada y despertaban con el primer rayo de sol que cruzaba mi ventana, creí tan fervientemente en ellas que un día, cuando ya lo había perdido todo, aparecieron.
En el 99 perdí todo, mi dinero, mi esposa, a mis hijos y los deseos de vivir. Caí en una terrible depresión la cual me arrojó de lleno al alcohol. Nadie podría decir que el mugroso vago teporocho en el cual me había convertido, había sido el respetable Contador Castañeda.
Pasé así mucho tiempo, dejé de contar los días y me perdía dormido, borracho y despierto meses enteros. Aunque siempre acompañado de mis Hadas, las cuales no me tenían asco o desprecio, solamente aleteaban entre mi barba crecida y sucia, me acompañaban cada vez que bebía de una botella y escuchaba sus risitas traviesas.
Un día sucedió que se dejaron ver. así nomás, con sus cuerpecitos transparentes, distintos a los de las hadas de caricatura, unas eran altas como árboles, otras pequeñitas como una motita de polvo. Ahí estaba yo, delante de tantas Hadas, con tantas formas y cabezas de mujer y de ciervos y de conejos y cuerpos de colibríes, de ratones y de princesas. Pensé que me había vuelto loco finalmente, pero no fue así, me hicieron que las siguiera hasta un callejón, y ahí, en medio de los botes de basura había una hendidura no más gruesa que la palma de mi mano, pero pude entrar sin problemas.
En esa entrada al reino de las Hadas todo era una cálida luz amarilla, mis ropas comenzaron a caer poco a poco y otras llenas de joyas comenzaron a aparecer sobre mi cuerpo, las hadas bailaban en formas de animales, de mujeres, de flores. La música era tan bella que me arrancaba lágrimas y después de mucho tiempo, volví a sentirme sobrio.
Titania, la Reina de las Hadas me hizo sentarme a su lado, mientras veíamos bailar a las demás hadas, comencé a rozarle la pierna con mis manos que habían dejado de estar sucias y callosas, ella sin mayor ceremonia, volteó y me besó de una manera mágica, me devolvió con ese dulce beso mi virilidad perdida, comencé a disfrutar más y más de esa música maravillosa, sujeté a Titania de las muñecas y comencé a hacerle el amor, con mi renovado brío, ella se dejó hacer y después vino otra hada y después otra más.
No dejaba de acariciar, de besar, de sentir como nunca antes lo había hecho. Una vez saciado, me regalaron oro y joyas, pero lo que en verdad deseaba era jamás abandonar ese lugar maravilloso, jamás dejar de escuchar esa música, no volver a sentir otra luz que no fuera la emanada por el brillo de tantas hadas juntas. Sin embargo al momento en que todas las hadas dieron la decimotercera vuelta al trono de Titania, salí despedido por una extraña fuerza hacia ese apestoso callejón.
Me sacudí la ropa y me di cuenta que era la ropa que me regalaron las hadas, además me habían puesto un par de alas transparentes, caminé hacia la avenida y me percaté que nadie me veía, era yo joven de nuevo, lleno de vigor, podía volar y poco a poco comencé a olvidar quién había sido. Nací nuevamente, por un capricho infantil y obstinado de jamás dejar de creer en las hadas.
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