Yo he sido testigo de cómo mi
madre enloqueció a más de un hombre, la manera en que el amor para ella era
algo que la tenía sin cuidado. Presencié sus arrebatos y la ira contenida de
sus pretendientes. También vi los más grandes y hermosos ramos de flores el día
de su cumpleaños, el día de las madres y en San Valentín. La casa siempre olía
a flores, signo de la admiración que tenían por ella. Ella era una fuerza de la
naturaleza, era culta, atractiva, con clase, hermosa y aparentemente sin
corazón.
También presencié el despecho y
los celos de sus enamorados, el duelo en el dintel de la casa entre dos hombres
y la muerte de uno de ellos, y no fue el único muerto que cargó mi madre además
de mi difunto padre; me enteré por lo que comentaban mi Nana Nita y Licha la cocinera
que un Poeta enamorado de ella había decidido quitarse la vida y sus últimas
palabras dedicadas a mi madre en un soneto, las había escrito con su propia
sangre. Me asustaba la sangre y el pensar en ese pobre Poeta a quien vi
solamente dos veces en mi vida no me dejaba dormir.
La divertían algunos detalles de
sus admiradores, desde serenatas con dos grupos de mariachi hasta una extraña
combinación de marimba, tríos y un grupo andino, los señores en esa ocasión lo
tomaron con filosofía y se fueron turnando las canciones, mi madre divertida encendió
la luz después de la sexta melodía y salió al balcón después de la novena.
Jamás supe si en realidad quiso a
algún hombre en particular, sin embargo siempre tuvo compañía, hombres
interesantes, jóvenes, maduros, patanes, alcohólicos, románticos, bohemios, a
veces una mezcla de todo ello. Y mi madre resplandecía, era una estrella sin
serlo. En su cotidianeidad de viuda, con tantos pretendientes y sin interesarse
por ninguno, a veces mi Nana Nita la reprendía, pero suspiraba y sonreía al ver
a mi madre sonreír, juntas se divertían al recibir cartas, libros y flores,
muchas flores.
Mucho de lo que soy yo ahora lo
padezco y se lo agradezco a mi madre, me hizo una mujer independiente,
trabajadora y muy poco dada al romance, terminé asqueada de tantos de mis
pretendientes que terminaban cortejándola y de algunos de sus “novios” que a la
primera oportunidad trataban de sentarme en sus piernas y hacerme cosquillas.
No puedo decir que odio a los hombres, pero sí puedo decir que me causan cierta
molestia y yo les provoco una especie de extraña atracción y aversión.
Cuando comencé a trabajar en el
banco no faltó el caballero, el audaz, el indiferente, el presumido y el
sabelotodo, yo me dejé consentir. Me llegaron flores, chocolates, tarjetas,
notas, invitaciones a comer, a cenar y a bailar, salir a tomar una copa e
incluso fines de semana en Cocoyoc. Acepté todo excepto los fines de semana. En
unas cuantas semanas me había convertido en ama de una recua de mulos al
pendiente de mis caprichos y deseos y todo con el arma más poderosa que me
obsequió mi madre “la promesa”.
“El prometer no empobrece” decía Ella
con su voz dulce mientras se encontraba frente a su espejo, maquillándose los
ojos, retocando sus pestañas, colocando un poco de rubor. Siempre deseé ser
como ella, imponente, brillante. Hoy lo soy, aunque no soy ni la mitad de
hermosa que ella, pero sí el doble de cuerpo, aunque he descubierto el poder
que tiene un escote de buen gusto y cómo se estiliza la figura y la forma de
las nalgas al usar tacones.
Cuando a los 18 años empecé a
subir de peso, mi madre me dijo que ningún hombre se fijaría en mi, que una
mujer puede perderlo todo menos la cintura; fue la primera vez que la contrarié
y le prometí que sería como ella sin dejar de ser yo y afortunadamente mis
encantos comenzaron a crecer y la bendita cintura que mi madre me legó se
mantuvo como un desafío a sus palabras. No la culpo, en esta época en que las
modelos parecen cautivas de los campos de concentración el ideal de belleza que
nosotras mismas las mujeres nos imponemos nos ha llegado a enloquecer, siendo
que la mayoría de los hombres, aunque no lo admitan abiertamente, prefieren a
una mujer curvilínea.
De eso me di cuenta casi de
inmediato en el bachillerato. Mis compañeras temerosas de subir de peso dejaban
de comer, estaban siempre irascibles, en cambio yo, disfrutaba de lo que Licha
me mandaba sin tener que compartirlo con nadie. Y siempre tuve novio, incluso
tuve a los novios de mis amigas quienes en la noche llegaban a mi casa a “estudiar”,
merendaban con nosotras y cuando mi madre subía a su pieza, me contaban sus tímidos
deseos de saber más de lo que yo sabía sobre relaciones románticas, me contaban
sus cuitas, los aconsejaba y siempre regresaban.
Por eso nunca estuve sola,
siempre me acompañaban mis dos o tres guardaespaldas como me decían mis amigas,
siempre tenían detalles conmigo e incluso más de uno terminó enamorándose de
mi, pero yo no siempre quería tener novio, ni amigos cariñosos, fui una boba; ahora
disfruto de sus atenciones y aunque siempre prometo sin tener la menor intención
de cumplir, a veces me dejo consentir un poco más.
Siempre he tratado de olvidar las
tristezas de la vida, la crueldad de algunas envidiosas compañeras, evito caer
en el juego de los medicamentos que reducen el peso. Yo soy así, y así me veo
perfecta, así me quiero y me quieren, me disfruto al verme desnuda, al vestirme
para mi, para los hombres o para las demás mujeres, porque me siento feliz,
porque no me he enamorado, porque entendí que si dejas de ser quien eres dejas
de brillar y yo soy una Estrella porque yo así lo decidí, porque nadie me tiene
que decir qué comer, qué decir, qué usar, qué sentir.
Descubrí muy temprano en mi vida que
estamos completamente solos, mi madre rodeada de hombres y sola, Licha la
cocinera con nosotras pero sola, mi Nana Nita y sola, pero ellas padecían esa
soledad, yo he aprendido a amarla, tanto como a mi misma, me divierto sola, me
disfruto sola, me regaño y me premio sola y así sola he decidido que a veces es
necesario encontrar una soledad afín a la mía y a veces sucede que surge una
comunión al tocar una mano grande, áspera y protectora y ya no te preocupa esa
soledad.
En otras ocasiones sucede que
agradeces esa soledad, cuando no es necesario depilarte las piernas, cuando no te
tienes que vestir o desvestir, cuando te bañas sin que te tapen el chorro de
agua caliente, cuando te comes el último bocado. Disfruto la compañía, pero
disfruto aún más esa soledad que mi madre me enseñó sin palabras, cuando dormía
a pierna suelta y se despertaba a las once de la mañana sola, la sonrisa de
quien ha aceptado su destino y que tiene el poder de cambiarlo si así le
apetece, porque a nadie le permitió violar esa soledad porque era después de su
propia vida lo único que tenía y he descubierto que es lo que más tenemos en
común.
Es sencillo brillar cuando te amas, cuando mereces regalos, atenciones, caricias, regaños y consuelos y que mejor que esperarlos de ti misma y cuando lleguen de alguien más, simplemente aceptarlos agradecida, sonreír y prometer una nueva cita, aunque pienses en no cumplir esa promesa o tal vez sí, todo en nombre de la verdadera libertad, no aquella enorme libertad que te permite hacerlo todo, más bien esa pequeña libertad que te permite siempre exigir respeto.