viernes, 6 de febrero de 2015

La Estrella

Yo he sido testigo de cómo mi madre enloqueció a más de un hombre, la manera en que el amor para ella era algo que la tenía sin cuidado. Presencié sus arrebatos y la ira contenida de sus pretendientes. También vi los más grandes y hermosos ramos de flores el día de su cumpleaños, el día de las madres y en San Valentín. La casa siempre olía a flores, signo de la admiración que tenían por ella. Ella era una fuerza de la naturaleza, era culta, atractiva, con clase, hermosa y aparentemente sin corazón.

También presencié el despecho y los celos de sus enamorados, el duelo en el dintel de la casa entre dos hombres y la muerte de uno de ellos, y no fue el único muerto que cargó mi madre además de mi difunto padre; me enteré por lo que comentaban mi Nana Nita y Licha la cocinera que un Poeta enamorado de ella había decidido quitarse la vida y sus últimas palabras dedicadas a mi madre en un soneto, las había escrito con su propia sangre. Me asustaba la sangre y el pensar en ese pobre Poeta a quien vi solamente dos veces en mi vida no me dejaba dormir.

La divertían algunos detalles de sus admiradores, desde serenatas con dos grupos de mariachi hasta una extraña combinación de marimba, tríos y un grupo andino, los señores en esa ocasión lo tomaron con filosofía y se fueron turnando las canciones, mi madre divertida encendió la luz después de la sexta melodía y salió al balcón después de la novena.

Jamás supe si en realidad quiso a algún hombre en particular, sin embargo siempre tuvo compañía, hombres interesantes, jóvenes, maduros, patanes, alcohólicos, románticos, bohemios, a veces una mezcla de todo ello. Y mi madre resplandecía, era una estrella sin serlo. En su cotidianeidad de viuda, con tantos pretendientes y sin interesarse por ninguno, a veces mi Nana Nita la reprendía, pero suspiraba y sonreía al ver a mi madre sonreír, juntas se divertían al recibir cartas, libros y flores, muchas flores.

Mucho de lo que soy yo ahora lo padezco y se lo agradezco a mi madre, me hizo una mujer independiente, trabajadora y muy poco dada al romance, terminé asqueada de tantos de mis pretendientes que terminaban cortejándola y de algunos de sus “novios” que a la primera oportunidad trataban de sentarme en sus piernas y hacerme cosquillas. No puedo decir que odio a los hombres, pero sí puedo decir que me causan cierta molestia y yo les provoco una especie de extraña atracción y aversión.

Cuando comencé a trabajar en el banco no faltó el caballero, el audaz, el indiferente, el presumido y el sabelotodo, yo me dejé consentir. Me llegaron flores, chocolates, tarjetas, notas, invitaciones a comer, a cenar y a bailar, salir a tomar una copa e incluso fines de semana en Cocoyoc. Acepté todo excepto los fines de semana. En unas cuantas semanas me había convertido en ama de una recua de mulos al pendiente de mis caprichos y deseos y todo con el arma más poderosa que me obsequió mi madre “la promesa”.

“El prometer no empobrece” decía Ella con su voz dulce mientras se encontraba frente a su espejo, maquillándose los ojos, retocando sus pestañas, colocando un poco de rubor. Siempre deseé ser como ella, imponente, brillante. Hoy lo soy, aunque no soy ni la mitad de hermosa que ella, pero sí el doble de cuerpo, aunque he descubierto el poder que tiene un escote de buen gusto y cómo se estiliza la figura y la forma de las nalgas al usar tacones.

Cuando a los 18 años empecé a subir de peso, mi madre me dijo que ningún hombre se fijaría en mi, que una mujer puede perderlo todo menos la cintura; fue la primera vez que la contrarié y le prometí que sería como ella sin dejar de ser yo y afortunadamente mis encantos comenzaron a crecer y la bendita cintura que mi madre me legó se mantuvo como un desafío a sus palabras. No la culpo, en esta época en que las modelos parecen cautivas de los campos de concentración el ideal de belleza que nosotras mismas las mujeres nos imponemos nos ha llegado a enloquecer, siendo que la mayoría de los hombres, aunque no lo admitan abiertamente, prefieren a una mujer curvilínea.

De eso me di cuenta casi de inmediato en el bachillerato. Mis compañeras temerosas de subir de peso dejaban de comer, estaban siempre irascibles, en cambio yo, disfrutaba de lo que Licha me mandaba sin tener que compartirlo con nadie. Y siempre tuve novio, incluso tuve a los novios de mis amigas quienes en la noche llegaban a mi casa a “estudiar”, merendaban con nosotras y cuando mi madre subía a su pieza, me contaban sus tímidos deseos de saber más de lo que yo sabía sobre relaciones románticas, me contaban sus cuitas, los aconsejaba y siempre regresaban.

Por eso nunca estuve sola, siempre me acompañaban mis dos o tres guardaespaldas como me decían mis amigas, siempre tenían detalles conmigo e incluso más de uno terminó enamorándose de mi, pero yo no siempre quería tener novio, ni amigos cariñosos, fui una boba; ahora disfruto de sus atenciones y aunque siempre prometo sin tener la menor intención de cumplir, a veces me dejo consentir un poco más.

Siempre he tratado de olvidar las tristezas de la vida, la crueldad de algunas envidiosas compañeras, evito caer en el juego de los medicamentos que reducen el peso. Yo soy así, y así me veo perfecta, así me quiero y me quieren, me disfruto al verme desnuda, al vestirme para mi, para los hombres o para las demás mujeres, porque me siento feliz, porque no me he enamorado, porque entendí que si dejas de ser quien eres dejas de brillar y yo soy una Estrella porque yo así lo decidí, porque nadie me tiene que decir qué comer, qué decir, qué usar, qué sentir.

Descubrí muy temprano en mi vida que estamos completamente solos, mi madre rodeada de hombres y sola, Licha la cocinera con nosotras pero sola, mi Nana Nita y sola, pero ellas padecían esa soledad, yo he aprendido a amarla, tanto como a mi misma, me divierto sola, me disfruto sola, me regaño y me premio sola y así sola he decidido que a veces es necesario encontrar una soledad afín a la mía y a veces sucede que surge una comunión al tocar una mano grande, áspera y protectora y ya no te preocupa esa soledad.

En otras ocasiones sucede que agradeces esa soledad, cuando no es necesario depilarte las piernas, cuando no te tienes que vestir o desvestir, cuando te bañas sin que te tapen el chorro de agua caliente, cuando te comes el último bocado. Disfruto la compañía, pero disfruto aún más esa soledad que mi madre me enseñó sin palabras, cuando dormía a pierna suelta y se despertaba a las once de la mañana sola, la sonrisa de quien ha aceptado su destino y que tiene el poder de cambiarlo si así le apetece, porque a nadie le permitió violar esa soledad porque era después de su propia vida lo único que tenía y he descubierto que es lo que más tenemos en común.

Es sencillo brillar cuando te amas, cuando mereces regalos, atenciones, caricias, regaños y consuelos y que mejor que esperarlos de ti misma y cuando lleguen de alguien más, simplemente aceptarlos agradecida, sonreír y prometer una nueva cita, aunque pienses en no cumplir esa promesa o tal vez sí, todo en nombre de la verdadera libertad, no aquella enorme libertad que te permite hacerlo todo, más bien esa pequeña libertad que te permite siempre exigir respeto.

viernes, 16 de enero de 2015

Dejando atrás todo el dolor.

Descubrí tu terrible secreto, sin proponérmelo me encontré ante uno de mis peores miedos. ¿Acaso hubo sinceridad alguna vez? ¿Te importé tanto que por eso jamás me lo dijiste o solamente querías vengarte?

Me privaste de la oportunidad de decidir, de haber sabido lo que sucedió contigo tal vez ni siquiera habríamos tenido una relación o simplemente lo habría pasado por alto. Te amé tanto y en ese momento cuando te pregunté bien pudiste haberte sincerado. Ninguno de los dos habría salido lastimado.

No fue así, me parecía increíble lo que escuché, aunque siempre lo intuí, me dio tanto coraje, impotencia, enojo, rabia. Deseé por un momento no ser yo y ponerte en tu lugar, darte los treinta centavos que ahora vales para mi y desaparecer de tu vida, destruir todo un año de mi memoria, todo un año en el que pensé que eras la persona indicada, el ser que Dios me había reservado.

Pero no vale la pena, no sé qué será de ti en un futuro, no me importas más o mejor dicho, me importas tanto como yo te importé a ti. Conservé una falsa esperanza, el pensamiento mágico de volver a estar contigo, el compartir nuevamente lugares y momentos. Ya no lo pienso así.

Me duele la traición, el sentirme como un juguete utilizado, usado y al no seguir sirviendo completamente desechado. Lo he de superar, y el volver a enfocar me permite salir de este pozo.

Al principio el verte con alguien más rompió por completo mi amor propio; una persona insulsa, tanto que hace que brilles aún estando tan triste. Me gustaba más presumirte, hacerte brillar a ti. 

No deseo iniciar una guerra de reclamos inútiles, me lastimaste, me duele y necesito llorarte, llorar mi propia ceguera y estupidez. 

Simplemente me quedo con lo bueno de lo que pudo haber sido de todo aquello que disfrutamos, que disfruté en tu compañía, en tu cuerpo. En el consuelo que me brindaste al llorar sobre tu pecho, te doy todo lo que te escribí, todos mis ensueños con una vida completa a tu lado, pero no se puede construir sobre un cimiento de mentiras. 

Disfruta la cosecha; no has comprendido que la soledad, la alegría y la tristeza se generan en uno mismo.

Tuvimos por un año lo que jamás será.

viernes, 9 de enero de 2015

Encuentros I

Se me cae la cara de vergüenza ante esa pequeña niña imaginaria que está parada junto a mi cama, no tengo el valor para decirle que jamás podré protegerla de sí misma, ella decidió, ella decide y seguirá decidiendo sobre su vida. Me eligió para compartir su vida y me expulsó para abandonarla de tajo. Todavía no termino de aceptar esa pérdida.

El dolor llegó meses después, cuando yo pensaba que estaba totalmente curado, repuesto y listo para tener una nueva relación. La soñaba, la sigo soñando. Me reclama nuevamente el no estar con ella, el no haberla protegido, el arrojarla a los brazos de cien amantes al jamás demostrar celos, me pregunta en esos sueños-pesadillas si sigo teniendo atole en las venas y por qué diablos la abandoné.

Despierto para enfrentarme a su ausencia, para volver a ver la mitad de mi cama vacía y el hueco que dejan todos los reclamos imaginados y el recuerdo de los reclamos auténticos. A veces percibo su perfume y me he visto tentado a buscarla nuevamente, pero me pregunto ¿Para qué hacerlo si ya no tengo la intención de regresar con ella? Porque sé que a pesar de todo lo vivido, mi ausencia en su vida es menos dolorosa que volver a estar juntos.

Porque al volver a estar juntos ella se confrontaría con sus errores, porque ambos seríamos deshonestamente cuidadosos con las palabras, con las caricias y con los besos, porque sabemos que pudimos vivir cada uno sin el otro, pero sobretodo porque se acabaría el autoflagelo, se agotaría la justificación del dolor, el presentarse cada uno por su lado como “El buenito/a” como la víctima como “El pobrecito/a”.

Ni siquiera cuando estábamos juntos tuve la intención de hacer un plan de vida juntos, yo me dedicaba solamente a vivir el día a día, a disfrutar de su compañía, a amarla, escucharla, hacerla enojar y contentarla, alimentarla, procurarla y consentirla. Yo pensé que estábamos bien, que sus sonrisas eran sinceras, que sus orgasmos yo me los ganaba y que ella no podía dejar de compartirlos conmigo. La llamé mi mujer y a punto estuve de retractarme, pero lo sentía, aún no me reprimía, no en lo afectivo ¿Y cuándo ella me consideró su hombre?

No comprendo ese ímpetu primario de pertenecer y de apropiarnos de las cosas, de las personas. Deseos que se comparten en la cama pero que en la calle se vuelven tristes remedos de películas rosas, demostrar con celos el amor que le tienes a tu pareja o el reclamo porque al no celar simplemente siente que no le importas. Nos ha dañado el suponer, el no hablar.

Me cuidó un resfriado, me regaló un abrigo, boxers, playeras, dos pantalones y par de masajes, me consintió también, cocinándome la cena en seis ocasiones, pero no me permití entregarme por completo, simplemente me aterró el volver a ser embestido por mis propios cuernos, por mis propios demonios, muchas veces al aceptar perderlo todo ya nada te preocupa. No deseaba vivir preocupado y por eso me volví distante a ella.

Me dejo llevar por la practicidad, por lo inmediato, jamás me preparé para volver a verla. Sigue siendo ella, se ve hermosa, más delgada, con el cabello lacio y corto. Intuyo que no está feliz y eso me entristece y me alegra al mismo tiempo, supongo que el motivo de su tristeza es mi ausencia y su falta de felicidad es porque esa felicidad en su vida era yo. Obviamente me equivoco, me equivoco tanto como cuando estábamos juntos, volví a suponer.

Ella me ve de reojo, de inmediato me reconoce y la palidez de su semblante me asusta. Volteó su rostro y se inclina hacia el frente, exhala un humo blanco, su mano sostiene un cigarro recién encendido; yo tampoco sonrío, deseo correr y abrazarla, pedirle perdón por todo lo que jamás hice; a unos pasos de distancia arroja su cigarro y atraviesa frente a mi para entrar de prisa a un restaurante; continúo mi camino, ambos nos vimos, ambos nos ignoramos y ambos comprendemos que seguiremos estando solos, hasta que lo decidamos, hasta que dejemos de lamer las heridas y los recuerdos, hasta que nos demos la oportunidad de compartirnos con alguien más.


Llego a mi casa al otro extremo de la ciudad, tierra de por medio, la niña imaginaria me espera paradita junto a mi cama, me pide que la cargue, que la proteja, que la defienda de los malos, ella sigue ahí y no comprendo por qué me sigue esperando cada noche, sigo sin atreverme a decirle que ella misma en su adultez me sacó de su vida. Pienso que si rescato a esa niña imaginaria salvaré a su ser adulto, pero no será así.

miércoles, 7 de enero de 2015

Quiero cogerte Corazón.

Espero sus mensajes ansiosa, desde la primera hora de la mañana, al medio día, mientras cocino o arreglo mi pieza, cuando estoy en la oficina y cuando estoy a punto de dormir. Él es lo primero que leo y lo último, sus palabras me hacen sentir, nunca me había pasado, pero que bueno que pasó, no es muy guapo, pero sabe escribir, tiene las palabras correctas en el momento correcto, a veces pienso que me espía.

Aquella noche buscaba en mi armario qué ponerme. Solamente llevaba una semana y media tratándolo por whatsapp, me hacía reír con sus ocurrencias y yo solamente le daba largas, me decía que deseaba verme, que no dejaba de soñarme y de pensar en mi. Me hacía reír más y solamente lo tentaba, comenzó a mandarme fotos sugerentes, poemas y finalmente accedí a verlo.

Esa noche sería "La Noche", me quería ver guapa pero siempre se me ha complicado un poco esto de salir con alguien. Cada vez que estaba lista me sucedía algo, llegaban visitas, me olvidaba depilarme las piernas o simplemente me acobardaba y cancelaba de último momento. Hoy a pesar del miedo tengo ganas de verlo, de descubrir si en realidad es tan simpático como escribe, observar esta vez con detenimiento sus manos.

Llegué puntual a la cita, en una cafetería de esas elegantes y carísimas, iba a pedir un café cuando me di cuenta que no traía mi cartera, en ese momentó recordé que la dejé en la otra bolsa y solamente traía mi monedero que cuelgo en el llavero. Por suerte no estaba lejos de mi casa y aunque había llegado caminando más tarde me daría un poco de miedito. Pensé en irme en ese momento cuando Él apareció.

Esta vez no lo vi tan feo, traía puesta una chamarra de cuero y olía muy rico, sin más me extendió su mano derecha y tomó mi mano con delicadeza a pesar de tener unas manos grandes y varoniles, sin querer suspiré y enseguida me acaloré, su voz era grave y un poco ronca, pero me gustó. Lo que no me gustó fue su mirada huidiza, pero no le di mucha importancia. Me invitó un café y nos sentamos en un sillón un poco pegajoso, me miró sonriendo pero no terminaba de sostenerme la mirada.

De cuando en cuando hacía un comentario agudo sobre alguna de las demás personas que conocíamos y por quienes nos habíamos contactado, me incomoda un poco que no deje de ver mi escote, pero creo que es normal. Se disculpó un momento y fue al baño. Habíamos estado platicando por casi dos horas y cada vez me gustaba más.

Por mi mente pasaron veintemil cosas, hace mucho que no tenía relaciones y me parecía que no sería mala idea darle una oportunidad ahí como por la tercera cita, en esos momentos recibí un mensaje a mi cel, "Quiero Cogerte Corazón", lo leí una, dos, tres veces, al principio me sentí indignada, pero cada vez que lo leía no me parecía tan malo, de alguna extraña manera me encendieron esas tres palabras, aunque no me terminaban de gustar, traté de imaginarlas en su voz, cerca de mi oído y temblé.

Imagino que no se atrevía a decírmelo a la cara, que finalmente le parecía más adecuado escribirlo, ya sea por pena o porque de una u otra manera así nos conocimos, esperé y pensé en mi respuesta, una parte de mi quería irse de inmediato con él, dejarme llevar por ese calor que esas palabras me provocaron, otra parte me decía que tuviera cuidado, suspiré de nuevo y me acerqué a su chamarra y olí su loción, me comencé a derretir de inmediato. Imaginé sus manos grandes recorriéndome, acariciando mis piernas, mis senos. Imaginé todo lo imaginable.

Cuando Él regresó yo seguía oliendo su chamarra, me sentí como una tonta, me sonrojé y por primera vez en la noche me miró a los ojos, se sentó a mi lado y se acercó a mi oído. -Discúlpame por favor, no quise ser grosero con mi mensaje, me equivoqué y no sé cómo resolverlo- Yo sonreí y le dije que no se preocupara, pero que yo no tenía intención de acostarme con Él, al menos no esa noche, que me parecía guapo, pero que no sentía que estuviera preparada para ello, que sus manos y su aroma me encantaron y que sería maravilloso conocernos un poco más. 

Él me miró fijamente y me pidió disculpas nuevamente. -No, en verdad discúlpame, me equivoqué de número y ese mensaje no era para ti. 

Me regresé caminando a mi casa, por un instante estuve a punto de irme con él, siempre me pasa algo cada vez que accedo a salir con alguien. Me siento enojada, estúpida, vulnerable, encabronada. No me despedí y ahora que estoy buscando las llaves me doy cuenta que no las traigo, se habrán quedado en la cafetería, en algún rincón del sillón pegajoso, donde seguramente quedó el aroma de su loción y su chamarra de cuero.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Ayuda mutua

Al verla supe que había esperado toda una vida por ella, su mirada tierna y segura de si misma, su aplomo y natural belleza simplemente arrancaron un profundo suspiro.


Deseaba saber el costo de la suite, estaría un par de meses en la Ciudad y un amigo colombiano me había recomendado ampliamente el hostal cerca del centro de esa enorme Ciudad llamada México.

El lugar me pareció cómodo y el precio razonable. Ella me pareció simplemente hermosa. Muy amablemente me mostró el lugar, me dio las recomendaciones y me dijo que estaría un par de días más en la Ciudad. 

Tenía que actuar rápido sin que pareciera ansioso de estar con ella. Sentí que ambos nos reconocimos, de otra vida, de otra época. Sonreía y todo al rededor se iluminaba.

No dejé de admirarla y durante la noche repasé mentalmente sus delicadas formas de mujer, su sonrisa llegaba a mi a cada parpadeo, su cadera al subir las escaleras y unas delineadas piernas cubiertas por su pantalón negro.

Inquieto mordía las cobijas y busqué en mi celular su número, vi que no era tan tarde y le envié un mensaje deseándole buenas noches. No recibí ninguna respuesta. Traté de dormir, con mi deseo por ella palpitando debajo de las sábanas.

Al día siguiente mi celular tenía una llamada perdida de su número. Marqué y con voz somnolienta me respondió del otro lado de la línea. 
Enmudecí  y tratando de dominar mi nerviosismo le pedí verla. Preocupada me preguntó si estaba bien y si había algo malo en la suite.
Le dije que todo estaba bien, pero necesitaba verla para hacerle un par de consultas sobre la Ciudad. Más relajada me dijo que iría en un par de horas. Fueron las más largas de mi vida.

Llegó puntual y hermosa, con un suéter de angora y una falda ejecutiva; el hostal estaba vacío, escuché a mis vecinos salir y dejé de escuchar ruidos cotidianos.
Traté de parecer calmado pero sentía que mi excitación era notoria.

Ella me miró extrañada pero muy amable me preguntó qué dudas tenía, me ofreció un café y pasamos al comedor. Su aroma me excitaba aún más. No prestaba atención mas que a sus movimientos, su boca, la curva de sus senos bajo el suéter, me movía inquieto deseándola mas que a nada en el mundo.

Después del café me pidió que la acompañara a comprar unas llaves para el fregadero, no tenía que pedírmelo dos veces, me contó un poco más de ella, de sus hijos y su situación sentimental, yo no dejaba de pensar en la blancura de su cuello la sinceridad de su sonrisa.

Al regresar al hostal me pidió que le ayudara a medir las llaves, subimos y ella delante de mi me ofrecía una vista maravillosa de sus piernas y sus nalgas firmes y redondas, no podía ocultar mi emoción.

Llegamos a un pequeño pero iluminado cuarto de baño, yo había hablado muy poco pero a ella no parecía importarle, me entregó las llaves y se agachó delante de mi para desenroscar las otras piezas, no resistí más.

Tiré las llaves y la sujeté con fuerza de su cadera con ambas manos, pegué mi cuerpo al suyo y escuché un suave gemido de sorpresa, comencé a acariciar sus nalgas y sin soltarla incliné mi cuerpo sobre el de ella, acerqué mi boca a su blanco cuello y escuché como trataba de pedirme que me detuviera sin demasiada convicción.

Me acerqué a su boca y la besé, nos besamos y se volteó encarándome y abrazándome, mis manos no dejaron de acariciar sus nalgas y levantar su falda, su respiración agitada y un murmullo dulce. Te reconozco, te he visto antes, no sé en donde o cuando. Sus palabras se interrumpían con mis besos, levanté por completo su falda y con cuidado comencé a bajar sus bragas empapadas, sus manos acariciaban mi cabeza y me acercó a su sexo.

Mi lengua se alargó hasta tocarla, lamí despacio y sus manos me acariciaban con más fuerza, la humedad y el calor de su piel y de su sexo, me pedía que no parara, mi lengua la recorre despacio sin prisas. Mi miembro a punto de estallar.

Me levanté y sus manos buscaron mi cinturón y los botones de mi pantalón, mi virilidad lista y sus manos me acariciaron despacio, el aroma de nuestro deseo me hacía palpitar, sin mayores preámbulos la penetré furiosamente, embistiendo, besando mordiendo su cuello y sus carnosos labios, mis manos tratando de tocarla toda. Busqué sus senos levantándole el suéter, ella gemía y susurraba en mi oído, me ofreció sus senos y comencé a devorarlos, sus pezones erectos en mi boca su boca en mi frente.

El primer orgasmo lo alcanzamos juntos, mi semilla caliente escurriendo en sus blancas y torneadas piernas, mi sexo enrojecido y pulsante, nuestras bocas temblorosas y sonrientes.
Nos besamos tres veces más nos miramos y volvimos en sí.

 La puerta del hostal comenzó a escucharse, en un par de segundos nos volvimos a acomodar la ropa, ella con una sonrisa traviesa en los labios me pidió con la mirada que la siguiera, mas tranquilos bajamos nuevamente al comedor y nos sentamos frente a frente, la puerta se abrió y una pareja joven la saludó.

Me dijo que las llaves tendrían que colocarse mañana mismo, si no era problema que la ayudara como hoy. Por supuesto respondí que sí, que estaba a sus órdenes. Los muchachos se despidieron después de beber un vaso de agua y entraron a su habitación. Ambos movimos los labios y nos dimos las gracias mutuamente. Temblé al verla a los ojos y saber que pensaba y recordaba quienes éramos, quienes somos y quienes seremos.

viernes, 19 de diciembre de 2014

¿Feliz año nuevo?

Una palabra para definirme en estos momentos "Furioso". Las Erinias susurran en mi oído, me indican que la mejor manera de vengarme es olvidar, poner tierra de por medio y odiar cada instante vivido.

Mi mandíbula trabada, mi mirada torva y en el asiento de atrás de mi carro un par de bolsas negras de basura con toda mi ropa, vuelvo a salir como basurero, llevando mis pertenencias en esas oscuras bolsas que también han llegado a esconder cadáveres.

Manejo por una avenida solitaria, las luces roji-azules de las esporádicas patrullas me deslumbran y se reflejan en una solitaria lágrima que corre por mi rostro. Me orillo y me detengo un momento, bajo del auto y siento la náusea amarga de la bilis a punto de salir, las arcadas, el coraje, el dolor.

Trato de repasar los últimos cincuenta minutos de mi vida, trato de ordenarlos, volver para aprender de ese sendero ahora tan devastador. Recuerdo su mirada llena de coraje, de tristeza, de sentimiento. Nadie puede olvidar el rostro de una mujer ultrajada, aunque ese ultraje haya sido autoinflingido.

Antes de las explicaciones, brindamos, y su rostro molesto no me molestó en lo absoluto, sonreí brindé y bebí contento, su molestia se volvía pesada, una niebla terrible en la sala/comedor, todavía había familia disfrutando de los primeros momentos del año recién llegado, 1 de enero. Picaba las sobras de la cena y mis sonrisas no tenían cabida en sus ojos. Brindamos y por primera vez no me sostuvo la mirada. Empecé a preocuparme.

Las despedidas de rigor, los abrazos y todos los buenos deseos, ignoro si mi sentencia se dio esa misma noche durante la cena o si fue un simple impulso. La abracé y me rechazó, pensé que quería jugar el juego de rudeza que a ambos nos excitaba, pero sus palabras no podían estar más alejadas del deseo. Inició el interrogatorio, ¿Por qué la hora? ¿Por qué hasta ahorita? ¿Por qué? ¿Por qué?

Respondí tranquilo, brindé con mi mejor amigo, una, dos copas, ni más ni menos. Cené en casa, con mi familia y ya estoy aquí, contigo porque es aquí en donde quiero estar. Enfureció, los reclamos, y la sangre agolpándose en mi rostro, ella argumentó mi falta de interés por ella, por su familia, por sus cosas; me reclamaba hablando entre dientes, con los puños crispados, los labios temblorosos y los ojos hundidos.

Le repetí que ya estaba ahí, que no importaba, que estaba ahí, que había alcanzado a saludar a su familia, pero que deseaba estar con ella, la sujeté por los hombros y la besé apresuradamente en los labios, su ira se desató y su puño se impactó en mi boca. Desconcertado, enojado y profundamente triste, dejé de hablar, ella retrocedió un par de pasos asustada, habrá visto en mi rostro la marca de la bestia. Salí de la habitación y de la bodega debajo de la escalera tomé el par de bolsas de basura.

Al regresar abrí el ropero, comencé a sacar mis cosas, colocarlas sobre la cama, ella destrozando nuestras fotos, nuestros recuerdos, me sentí muy desdichado, humillado, mudo por completo. Lárgate ya, murmuraba, abandóname, lárgate, vete, vete, vete. Tronó sus dedos una, dos, diez veces.

Traté de terminar la faena lo antes posible, ella salió de la recámara y empezó a fumar, lloraba callada, la miré fijamente a los ojos, los míos a punto del llanto, no había nada en su mirada, veía hacia adentro, hacia su interior, me volví invisible y así invisible saqué mis cosas.

Me limpio con el dorso de la manga, escupo y trato de controlarme, subo de nuevo al carro, el amanecer se vislumbra a lo lejos en tonos rojos, manejo de nuevo y abro la ventanilla, el aire helado de ese primer día del año, el recuerdo que me seguirá y las tantas opciones de las que ambos nos  pudimos aferrar.

Con el gusto amargo de la bilis las Erinias siguen murmurando en mi oído. Me preguntan en qué momento todo acabó, si fue esa noche, meses atrás, o si en realidad nunca hubo nada. No les respondo, ellas se ceban en mi dolor y coraje, no encuentro respuestas, no deseo saberlas.

martes, 16 de diciembre de 2014

¿Por qué no me buscó?


Tengo que ser fuerte, me lo he repetido hasta el cansancio, acepto y redefino las consecuencias de mis actos, no vale la pena llorar sobre la leche derramada, quien te quiera hará todo para estar contigo ¿Y lo mereces? No sé ni qué es lo que quiero, feliz no era aunque a veces pensé que sí, siento que sí lo fui ¿y ahora? Definitivamente no es lo mismo que hace un par de años. Los sentimientos son distintos, las sensaciones diferentes, los sabores, los roces, los acercamientos. Nada es como era.

Me puse a prueba, me convencí de ser y de hacer, tomé riesgos, jamás pensé en estar y aparece él sin que yo lo esperara, sin imaginar que pudiese enamorarme así y menos a mi edad o pensé que mi edad sería un factor me dejé llevar, me convertí para él en dama, en puta en su todo y en su nada. Hoy me siento abandonada a pesar de estar con alguien más. Tenía tanto miedo de estar sola y ahora así me siento, tal vez desde que estaba con él, tal vez desde antes y él solamente fue un mero accidente.

¿En qué momento sucedió? ¿Cuándo dejó de ser mi mayor fantasía? ¿En qué momento lo comencé a odiar tanto? ¿Por qué me sigue doliendo?

No me debe de importar y me importa, deseo sonreír y no puedo, no deseo siquiera saber nada de él de su vida. Y sé, lo presiento, me incomoda recordarlo, encontrarlo en la calle aunque no sea él, compararlo con quien estoy, con quien estuve. Fingir este orgullo que tengo que mantener, jamás volver a ser débil, jamás volver a llorar por un hombre y admitir que he llorado.

Trato de entender que quiero dejar de sentir y hacer como ellos, como él. Deseo darle vuelta a la hoja, dejar atrás el sufrimiento, dejar de llorar por lo que me hizo, por lo que hice, por lo que dejamos de hacer, por lo que permití, por lo que exigí y deje hacer. Y él tan campante, tan seguro de sí mismo, tan odioso y soberbio.

Todavía recuerdo el primer día en que discutimos y la deliciosa reconciliación, la segunda vez que discutimos y la tierna reconciliación, la tercera vez que discutimos y la falta de reconciliación, la última vez que discutimos y su espalda, su cabeza moviéndose negativamente, sus pasos firmes siempre, sus puños que me aterraban tanto y el espacio entre nosotros cada vez más profundo, más lejano.

Tantos cambios, ya no soy una jovencita, estos bochornos, esta sensación de vulnerabilidad de lucha contra todos, la lágrima a flor de piel, un enojo constante, las palpitaciones, la excitación, el asco, los cambios de humor, el sudor, el desear decirle lo que siento y detenida en seco porque él no lo merece, o creo que él no lo merece o porque veo que a él no le importa; enmudezco.

¿Por qué no regresó? ¿Por qué no volvió si tenía la llave de mi departamento, de mi corazón, de mi misma? ¿No valgo la pena? Claro que la valgo, por eso ahora no estoy sola, estoy con un hombre, pero yo no me siento, aunque así yo lo desee, su mujer. ¿Por qué no lo busqué yo?