Fui hasta ese día, el discípulo más adelantado de Mauricio Garcés, me había dedicado en cuerpo y alma a aprender el arte de la seducción, poner en práctica por medio del ensayo y el error qué palabras decirle a qué tipo de mujer, escuchar pacientemente horas y horas de cháchara sin sentido con tal de llevarlas a la cama. La mayoría cedían a la primera, las encontraba en bares de solteros, grupos de spinning y hasta baile de salón. Aprendí a beber poco, durar mucho y bailar bien.
Un día la encontré, una verdadera devorahombres, su fama la precedía. Nos miramos, nos medimos y decidimos empezar a jugar a creernos todo lo que nos decimos. Mañana cumplimos seis años de casados.
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